Por Marcos
González Sedano
Terminaba de
bajar del barco con el petate a cuestas, y aunque aquél puerto nada tenía que
ver con el que yo conocí treinta años atrás, sentía la sensación de que nunca lo
había abandonado. Después de tanto tiempo, dos amigas me invitaron a regresar y
acepté el ofrecimiento. Entre esta ciudad y mi alma, siempre ha existido un hilo
invisible que nos unía, como si yo perteneciese a aquella estirpe de marineros
que descargaban sus mercancías en Puerto Bayyana, y estuviese condenado al
regreso siglo tras siglo.
Entré a la
urbe por la calle Real guiado por los perfumes a especias, a marroquinería y a
té verde con hierba buena. En los soportales, los rostros de los comerciantes me
recordaban los zocos de Tánger, Estambul o Alejandría.
Mientras
miraba con ojos de niño abiertos como platos los cambios sufridos en la dermis
de la ciudad, iba buscaba una librería, la más emblemática, por años de vida y
prestigio, que yo frecuentaba en otros tiempos. Allí seguía, en el mismo lugar
pero con un sabor diferente. A la entrada, me atendió una librera con cara de
intelectual y gafas de carey, y haciéndola cómplice de lo que quería, le
pregunté sobre la zona donde podría encontrar temas de al-Ándalus. Un romántico
como yo siempre espera un texto perdido, traspapelado, donde hallar parte de su
historia y en este caso tener el placer de la lectura a la sombra de los
naranjos. La librera, sorprendida, me llevó al sótano, donde en un rincón
cubiertos de polvo y olvidados, entre diez mil o veinte mil volúmenes, dormían
apenas doce libros sobre el tema; la mayoría de ellos ya los conocía y los que
no, sólo tenían el gran mérito del trabajo del escritor. Los ojos tras los
cristales de aquella mujer y los míos se encontraron, nos sonreímos, y en
silencio, en un grito común y mudo, maldijimos los espacios vacíos en las
estanterías de diez siglos de nuestro pueblo.
A la salida,
además de adquirir un ensayo del jerezano, J. M. Caballero Bonald,
con el título, Oficio de lector, me regale un exótico juego de naipes
andalusí.
Esta ciudad
me invita de nuevo a vivirla, ya les iré contando, ustedes deciden…
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