La lentitud del magma
Pedro Luis Ibáñez Lérida*
"La muerte de cualquier hombre me disminuye porque
estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca
hagas preguntar por quien doblan las campanas:
doblan por ti".
John Donne
No
es gratuito considerar la grave ausencia, no sólo de principios, y esto
sólo puede significar la debilidad del posicionamiento intransigente, que
postulan los que arañan la miseria. También, y con profusión de elementos
intoxicantes, la justificación sobreactuada del rigor. Resulta abrumador
concebir este galimatías económico cuyos efectos, por contra, son reveladores.
El rostro impersonal de las cuentas financieras se ceba en millones de
personas, inmersos en un drama único, personal e intransferible. Cuantificar el
dolor y el dolo que la ingenieria económica ha planificado desde grises
despachos, es incuantificable. La superposición de fríos planes estratégicos ha
supuesto el determinismo actual en el que nos encontramos. Y es que la realidad
sangrante y putrefacta nos ahoga.
En
tiempos de crudeza, como éstos, es imprescindible civilizar la democracia.
La constatación de otra realidad es, precisamente, el fundamento ético con el
que transforman el espíritu del poder
popular, desde el interés más inconfesable. "El gobierno del pueblo,
por el pueblo y para el pueblo", que clamara el presidente Abraham
Lincoln, hoy tiene como replica: El gobierno de los mercados, por los mercados,
para los mercados y contra el pueblo. El barbarismo se ha adueñado en tal
medida de las relaciones, que la tasación material no tiene parangón. La
reducción de términos condensa los principales activos cívicos en equiparación
presupuestaria. ¿Cómo sopesar la perversión que se está perpetrando en la
cultura, salud, educación, servicios públicos, derechos laborales, dependencia,
servicios sociales, cobertura de protección social...? Los bárbaros han
irrumpido con el rictus enfatizado por la sevicia. La riada de "cadáveres
sociales" que dejan tras su paso -desempleados, enfermos crónicos,
desahuciados, pensionistas, excluidos, etc...-, no satisface su voracidad.
Hablamos de gula y barbarie. Sólo esa calificación es minimamente adecuada al
perfil del FMI -Fondo Monetario Internacional- y los estipendios y agasajos con
los que ha celebrado la natividad. La rigurosa entidad internacional que otorga
recursos financieros a los paises con dificultades económicas, se regodea desde
su status al organizar una cena para sus empleados, cuyo coste fue de 380.000
euros. Este anecdatorio festivo del inflexible organismo, resulta patético y
nos conduce a la siguiente reflexión: la brutalidad se ampara en la sofisticada
actitud de exigir ajustes y reformas. Los ríos de ciudadanos clamando otras
alternativas y reivindicando la dignidad de la persona como bien común, no
logran derretir el tapón de cera.
En
el año 1818 se publica la novela "Frankestein o el moderno Prometeo",
de Marie Shelley. Dos años antes, durante una visita a Lord Byron y tras una
propuesta de éste sobre la posibilidad de crear una obra encuadrado en el
género de terror, la autora concibe esta inmortal obra. Fue llevada al cine en
el año 1931. El actor Boris Karloff protagonizó esta magnífica película. El
rostro hierático y deforme y la figura destartalada y grotesca del monstruo que
interpreta, ha permanecido en el subconsciente colectivo. Uno de los temas que
trata es la moral científica a la hora de acometer ciertos experimentos que
producen engendros incontrolables. Si la economía es una ciencia, imaginemos
que tipo de monstruo han creado para sembrar el terror que padecemos. En la
película la implantación del cerebro de un asesino condiciona, en la vuelta a
la vida, su personalidad. Un perfil en el que el odio, el asesinato y el horror
están presentes. La sociedad del bienestar ha sido sustituida por la del adusto
y severo recorte. La conversión ideológica se nutre de este experimento en el
que la liquidación de los postulados, antes aceptados, ahora son rechazados. El
concepto de confianza en realidad es el de obediencia ciega. El pensamiento es
atizado por la pesada maza de los
argumentos económicos. Pulveriza el más mínimo entendimiento ajeno que
se disponga en otro sentido que no sea el que percute insistente, casi obsesivamente.
El hostigamiento psicológico en el que se encuentra la sociedad es comparable
al exilio interior de Frankestein. Allá en el molino, el último refugio, como
los desahuciados de las Corralas La utopía, La ilusión y La esperanza en
Sevilla, que han sido acusados por el alcalde de la ciudad de ocupaciones
forzadas y violentas. Esa es la tragedia. La premeditada labor de confundir
causas y consecuencias, despreciando quienes las sufren.
*Pedro Luis Ibáñez Lérida, poeta, articulista, coeditor de Ediciones En Huida. Contacto: pedrolerida@gmail.com
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