La lentitud del magma
Pedro Luis Ibáñez Lérida*
"La muerte de cualquier hombre me disminuye porque
estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca
hagas preguntar por quien doblan las campanas:
doblan por ti".
John Donne
La música nos transfiere belleza.
En su presencia nos reconciliamos con el mundo. Cuanto menos con la parte de
éste que está dispuesto a permanecer intacto. Que no es otra que el alma. No se
trata de una cuestión esotérica que abunde en derroteros animistas. La
espiritualidad del ser humano vibra en esas otras voces que contienen su esencia en forma de instrumento. Es
la interpretación del enigma que
contiene nuestra propia existencia. Como un globo que se escapa de las manos de
un niño y asciende lenta pero decididamente, perdiéndose en el vasto cielo.
¿Adónde irá...? Desprendido de todo. Elevado y acogido en el regazo que nuestros
sentidos evocan en el desenlace de su huida. La música es la memoria del grito.
Desde las cavernas que albergaron los primeros homínidos hasta la era
cibernética que nos permite disfrutarla en diversos formatos. Nos reconforta y
adentra en esa otra dimensión en la que gravita nuestro ser.
Bebo Valdés, el pianista
cubano, ha muerto. Recuerdo Lágrimas negras o El milagro de Candeal. El primero un trabajo discográfico acompañado
por la voz de hierba agostada de Diego “El Cigala”. El segundo un
documental del director español Fernando Trueba, en el que la negritud del
creador de la batanga redescubría sus raíces en la favela del mismo nombre, en
San Salvador de Bahía. Un proyecto musical y pedagógico de Carlinhos Brown que
reconducía, con la creación de una escuela de percusión, el futuro incierto de
muchos niños. Tuve la oportunidad de disfrutarlo en un cine de verano, acompañado
por uno de mis hijos mellizos de 10 años. Dos obras que hablaban de la grandeza
musical de este sencillo hombre. Debió resultar curioso degustar la presencia
física, así como la elegancia y finura estilística de Ramón Emilio Valdés Amaro
–el verdadero nombre de Bebo Valdés- cuando, tras su exilio por amor, fijó su
residencia en Estocolmo. Durante más de treinta años se dedicó a completar
veladas musicales en un bar de hotel. Alejado de cualquier protagonismo
musical.
La poesía, como la música, hace
hablar al silencio. “Y es que cuando se despide a tres mil personas y
oigo chalanear / sobre el coste social de la operación me entran unas
ganas locas / de estrangular a media docena de consejeros auditores,/
lo que constituiría una excelente
operación / una depuración absolutamente benéfica / una operación
prácticamente higiénica”. Ahora el cuestionamiento social no pende de la
capacidad de sufrimiento del ciudadano en situaciones tan dramáticas como los
desahucios. Se mide en la molestia e incomodidad de los políticos, si llaman a
su puerta para explicarles la realidad de una tragedia diaria, a la que
responden con silencio como estrategia dilatoria. Quién duda de que no sean
imprescindibles los procedimientos y garantías democráticos. Pero no siempre en
el mismo sentido y preservados a los habituales destinatarios. Tras varios años
de insistente demanda, de continuas peticiones a los forjadores del
bipartidismo autista e indolente, una vez encauzada en Iniciativa Legislativa
Popular, aprobada in extremis por el partido que sustenta el gobierno
con mayoría parlamentaria, que antes negó, y coincidente con otro suicidio,
siguen sin categorizar como valor social determinante la defensa del núcleo
familiar y su hábitat, la casa que los acoge. Los versos del poeta francés
Michel Houellebecq inciden en la constatación de la existencia de una realidad
tangible y dolorosa. Pero inobservada interesadamente, o analizada desde la
óptica en la que la falta de espontaneidad se interpreta como pérfida maniobra, como ha sido la protesta
domiciliaria, “Al cabo de unos meses, pasas al subsidio / y el otoño
vuelve, lento como una gangrena; / el dinero se vuelve la única idea, la
única ley, / estás realmente solo. Y te quedas atrás, atrás...” La violencia verbal a la que se recurre para
calificar al sonoro eco que clama y reclama principios de justicia benefactora,
es una verdad a medias Y es que “(...) Para disimular el olor a muerte que
sale de nuestras fauces, que inexorablemente sale de nuestras fauces, emitimos
palabras” Tendrán que hablar con la verdad y decir, por ejemplo, que no
habrá empleo para los desempleados
mayores de 55 años en lo que les resta de vida. Pero esto no es ortodoxo, ni
tan siquiera excepcional. Es la simple verificación de lo cotidiano y su
extrapolación al futuro más inmediato. Los hechos hablan por sí mismos. Lo
realmente violento es el silencio. El poeta trunca la adolescencia de las
ideas. Los poemas son mortajas en su propia génesis, “la muerte más detenida”.
Crecen hasta hacerse reconocibles, luego fenecen. Como Lázaro, vuelven a la
vida en cada lectura, “El universo grita. El hormigón acusa la violencia con
la que fue fraguado como muro. El hormigón grita. La hierba gimotea bajo los
dientes del animal. ¿Y el hombre? ¿Qué diremos del hombre?”
*Pedro Luis Ibáñez Lérida, poeta, articulista, coeditor de Ediciones En Huida. Contacto: pedrolerida@gmail.com
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