La lentitud del magma
Pedro Luis Ibáñez Lérida*
"La muerte de cualquier hombre me disminuye porque
estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca
hagas preguntar por quien doblan las campanas:
doblan por ti".
John Donne
Este depravado estado de cosas que
genera el estigma de la corrupción, no parece encontrar ni el fin de sus días
ni la salida hacia otros espacios diferenciadores y oxigenados. Como untuosa
mancha de aceite, la grasienta y viscosa sensación del tacto corrompido penetra
hasta lo más profundo. Desde los partidos políticos a los sindicatos pasando
por la monarquía y el sistema financiero, la sensación de desamparo es más que
notable entre los ciudadanos. En este turbulento designio de los nuevos
tiempos, adquiere sobresaliente presencia la impunidad. Cierto es que la
separación de poderes insufla cierta confianza a la justicia, aunque no sin
ciertos reparos y sustraendos a su acción. Mediatizada politicamente hasta
límites que desconocemos. Y en los que se intuyen la catalogación y consideración procesal de
casos que quedan archivados u otros, a los que se atribuye el indecoroso
principio de no ser inocente hasta que no se demuestre lo contrario.
Nos
encontramos sumidos en un vertedero en el que, acostumbrados al hedor que
desprende, deambulamos sin apercibirnos del pestilente olor. Es de tanta
intensidad que se adhiere a los tejidos y fibras artificiales de las
vestimentas y forma parte de nuestra cotidianidad. Nadamos en la abundancia
corruptora que no cesa, que no se le ve punto y final. Las 2300 toneladas de
basura, que se acumularon durante los 15 días de huelga de los trabajadores de
la limpieza en Granada, son poca cosa comparada con la vasta extensión que
consideramos. Pero no menos de lo que deben de heder las cuentas suizas que
consagran el secreto tanto de su apertura como el de la inmundicia económica y
moral que la facilitaron. Aunque eso es lo de menos. Lo demás es ese sentido de
la responsabilidad que parece atusarles el pelo, porque lo que es la conciencia
continúa en su estado de feliz y descansada somnolencia. El sueño de la mentira
y su poder de seducción. El mejor ejemplo lo tenemos en el ciclismo y el
ganador de siete tours, que hace unos días manifestó el descorazonador
relato de sus falacias y lo que le reportaron en el bolsillo. La mentira se
manifiesta como principio de hermanamiento. Gentiles almas devotas del pecunio
que no dudan en extender el paradójico brazo incorrupto de la infesta
corrupción.
Este
año se celebra el centenario de la publicación de la obra La
metamorfosis, de Franz Kafka. Su protagonista, Gregor Samsa, se convierte
en un insecto. El derroche de efectismo que puede considerarse con esta
conversión, se diluye en los primeros párrafos. La voz en tercera persona que
cuenta esta inverosimilitud, arrincona cualquier atisbo de espectacularidad
para el lector . El hombre se ve a sí mismo como lo que, a su vez, los demás
hacen de sí, una víctima. La verdad se desenfoca y ésta -la víctima- se muestra
depreciada. El perfil infrahumano es afecto a la mentira. Y nutre la atmosfera
que propicia este sentir, este considerar, esta extraña superposición de
efectos. Nadie repara en la condensación de caracteres humanos que contiene la
imagen impactante de un insecto. En su verdadera naturaleza -la humana- que
precisamente pasa desapercibida, implosiona el sino de la maldad y su
invisibilidad en la sociedad. El escritor Gustavo Martín Garzo afirma que
"La realidad está enferma (...)". Tal distinción no es gratuita.
Es -como vuelve a señalar- "esa ficción absurda que llamamos realidad".
Y que no es otra que la manifestación radicalizada de la mentira opresiva. Todo
ese numeroso grupo de depredadores sociales va adquiriendo la notoriedad
invisible que les protege. Como el lector que dice haber leído y, sin embargo,
hace tiempo que lo dejó. Pero aún recuerda su última lectura y la explota en
las conversaciones para fabular sobre ese vácuo valor, que ni siquiera él mismo ejerce pero sí
fomenta. Ya no lee pero dice que lee. No es honesto pero afirma que lo es. En
esa fabulación se reduce el versátil embuste, lo soy pero no lo soy. Descartes
en su obra El discurso del método, publicada en 1637, con cierta ironía
precisaba, "El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo, pues
cada cual piensa que posee tan buena provisión de él que aun los más
descontentos respecto a cualquier otra cosa, no suelen apetecer más del que ya
tienen".
Esta
resaca de furtivos emprendedores de lo ajeno, posee el efecto reclamo -a la
vista del rosario de acontecimientos- que otrora denunciaba el actual gobierno
sobre el proceso de regularización de los inmigrantes. El número de
desempleados próximos a 6 millones, no alcanza esta cifra, en parte, porque
muchos de aquéllos han decidido, en vista de la situación en España, regresar a
sus respectivos países. Y es que aún reverbera en el Congreso de los Diputados
aquella frase: "¡que se jodan!" exclamada desde los asientos
conservadores. En este contexto y de esta rahez, es imaginable pensar que las
bebidas espirituosas hacen mella en el entendimiento. Y, quizás, como afirmaba
el cantante y actor estadounidense Dean Martin, la mejor opción es que "Permanezcan
borrachos". Es decir que todo siga igual: encarnando la personalidad
de la periodista Amy Martin , siendo beneficiario de la amnistía fiscal de
Hacienda o argumentando errores contables y su deriva a estipendios
gastronómicos. Porque nadie conoce a nadie. La literatura nos revela en la
figura del leopardo jaspeado que aparece en el escudo de armas de la familia
Salina, que protagoniza y da título a la obra El gatopardo, de Giuseppe
Tomasi di Lampedusa, y que en palabras de Tancredi nos dice, "Si
queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie"
*Pedro Luis Ibáñez Lérida, poeta, articulista, coeditor de Ediciones En Huida. Contacto: pedrolerida@gmail.com
Artículo patrocinado por LetrasTRL Nº. 54-febrero-2013 http://www.alvaeno.com/letrasTRL.htm
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