ALGO MÁS QUE PALABRAS
Por Víctor Corcoba Herrero*
Se acumulan las discrepancias. Cuando se pierde el
respeto natural, la propia vida se convierte en un caos. Cada día estoy más
seguro que el conocimiento profundo de las religiones puede unirnos y derribar
tantos muros que nos separan. Claro, siempre que seamos sinceros. Por eso,
pienso que el mundo debe realzar la Semana Mundial de la Armonía
Interconfesional entre las diversas religiones, confesiones y creencias.
Ciertamente, es un acontecimiento anual relativamente reciente, puesto que es
desde 2011 y durante la primera semana de febrero, cuando tiene lugar dicha
celebración, pero ha de servirnos para afianzar los mensajes de amor. Precisamente,
en la resolución dictada por la Asamblea General de Naciones Unidas, se subraya
la necesidad de comprensión y de diálogo entre todas las culturas, cada uno
según las propias tradiciones o convicciones religiosas. En la medida que
podamos crecer en la mutua comprensión, compartiremos una estima por los
valores éticos, algo que tiene que ser conocido y reconocido por todos, para
reencontrar ese camino armónico que en nuestro interior buscamos.
Hallar un camino de armonía, o lo que es lo mismo de
autorrealización de la familia humana, en un mundo crecido por tantas
discordancias no es fácil, máxime en un momento de tantas dificultades para
buena parte de la población. Sin duda, las iglesias y las comunidades
religiosas constituyen espacios privilegiados para tender puentes de auxilio
social imprescindibles. Sirva, como ejemplo, la solidaridad entre generaciones
que es una obligación en la tradición judeocristiana y en otras religiones. Lo
mismo sucede con el medio ambiente que no es solo un lugar natural sino también
sagrado. La comunidad y la fidelidad entre el hombre, la naturaleza y el
Creador es el principio básico tanto del judaísmo como del cristianismo y el
islam. En todo caso, todo diálogo vive de la pretensión de verdad de los que en
él participan, y tratándose de un parlamento entre religiones, la plática si
cabe debe ser aún más profunda, no en vano las religiones reconocen a la
divinidad atributos esenciales como la bondad y la justicia. Desde luego, se
hace necesario encontrar formulas de consenso, que nos permitan superar
lecturas parciales y eliminar falsas interpretaciones, sobre un mundo cada día
más interdependiente.
El acercamiento de unos y de otros, desde el respeto a la
diversidad, ha de ser prioritario para encontrar esa vía armónica, de
equilibrio y conciliación, que todos necesitamos para disfrutar de la propia
vida. Tenemos que superar las tensiones y los conceptos erróneos para con las
multitudes de creencias. Es preciso avivar la tolerancia para que disminuya el
aumento vertiginoso de la violencia, que tanto se ha mundializado, y que nos
impide resolver las controversias de manera pacífica. Evidentemente, en la raíz
de muchas religiones, la unidad es concebida como un don del Creador. Así, la
unidad entre los cristianos más que un fruto del esfuerzo humano es obra y don
del Espíritu Santo, que nos guía hace la plena comunión, y nos permite recoger
la riqueza espiritual presente en las diversas iglesias y comunidades
eclesiásticas. Un caminar más allá de la
fe, acaba de recordar Benedicto XVI, lo que significa es también "superar el odio, el racismo
y la discriminación social y religiosa que divide y daña a toda la
sociedad". Sin ese mundo de las
creencias religiosas en conexión con el mundo de la racionalidad secular, va a
ser dificultoso entablar un diálogo profundo y continuo, cuestión que considero
vital para el bien armónico de nuestra civilización.
La armonía es un conjunto de acordes que nos entusiasman
y embellecen, que demandamos como el aire para respirar, una partitura
requerida para vivir en paz. La incitación, pues, al odio religioso o la
denigración de las religiones, me parecen hechos absurdos y mezquinos. A
propósito, quisiera reclamar la atención de las instituciones internacionales,
para abordar directamente estos problemas de discriminación sobre la base de la
religión y las creencias. Los cultos, como la vida misma, no se pueden
silenciar. Limitar de manera arbitraria esa libertad, significa cultivar una
visión reductiva del ser humano.
Realmente somos algo más que un trozo de cuerpo, tenemos
sentimientos, como es la necesidad de transcender la propia materialidad, cada
cual desde sus culturas y desde sus devociones. Por supuesto, esa libertad
religiosa no es únicamente patrimonio de los creyentes, lo es de todos, de toda
la familia humana. Ahora bien, ¿cómo negar la aportación de las muchas
religiones del mundo al desarrollo de la civilización, sí la propia búsqueda de
Dios ya conlleva un mayor respeto por la
dignidad del ser humano?. Tanto la sociedad que quiere imponer, como la que
quiera negar las creencias, es injusta y tremendamente manipuladora. El
patrimonio moral y espiritual no
pertenece a ningún poder, es de las personas que han de ser (y sentirse) libres
para escuchar la propia voz interior que todos llevamos dentro.
Observando, en consecuencia, que el diálogo entre
religiones y culturas es más preciso que nunca, por aquello de avanzar en la
comprensión, en la tolerancia y en el respeto hacia toda persona, debemos
acoger con beneplácito cualquier Semana Mundial de Armonía Interconfesional,
sabiendo que sus frutos propician la paz como una prioridad sagrada, puesto que
todas las verdaderas religiones se esfuerzan por conseguir que las personas
obedezcan a su Creador, así como por promover el buen hacer colectivo e
individual. En ese camino de armonía, no pueden crecer otras campañas que no
sea la del amor verdadero, que es un elemento común en todas las religiones. Condenamos
cualquier interpretación religiosa que preconice el pánico porque ningún motivo
puede justificar el terror y el asesinato. Sabemos que todos aspiramos a esa
fraternidad armónica, cuyo sentir religioso es un motor fundamental que ofrece
un sentido ético, principios morales y una guía positiva para conducirse por
este planeta. Las personas con creencias profundas, siempre actúan de acuerdo con el principio de reciprocidad:
tratemos al prójimo como quisiéramos ser tratados nosotros. Dicho queda.
*Víctor
Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
27
de enero de 2013