La lentitud del magma
Por Pedro Luis Ibáñez Lérida*
"La muerte de cualquier hombre me disminuye porque
estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca
hagas preguntar por quien doblan las campanas:
doblan por ti". John Donne
estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca
hagas preguntar por quien doblan las campanas:
doblan por ti". John Donne
Un agujero sin fondo.
La política es eso, al menos la que hoy conocemos o, más acertadamente, la que
el sistema representativo aplica como ideario y práctica. Los datos y sucesos
son contumaces en esta apreciación. Por más que el aprecio y el talante de la
acción política trate de desentenderse del funesto panorama que la acompaña. Lo
realmente terrible es el descorazonador principio que rige su contemporaneidad:
la mediocridad, marchamo de inoperancia. Se derrumba la tierra –la que ellos mismos
han socavado- bajo nuestros pies, y continúan persignándose ante el poder económico y simulando ante los
ciudadanos que su influjo no es efecto placebo, que es real, que es
democrático, que se reconoce en el interés general Y efectivamente es así, porque
ese interés general que bien pudiera identificarse socialmente con los
servicios públicos, se encuentra en estado de desmantelamiento. Consecuencia de
un mísero acontecer que poco a poco se
ha sustanciado en dos ideas antagónicas: déficit y rentabilidad. Porque, ¿cómo
revertir en cuantificación material lo que de por sí es patrimonio intangible?,
¿cómo vincular déficit económico con rentabilidad social? ¿Cómo, al fin y al
cabo, deslindar la protección y cobertura, por ejemplo sanitaria y educativa, del
estado dejándolo, exclusivamente, a las posibilidades individuales de cada
ciudadano?
La educación se
desinfla. Según el informe de la Comisión Europea bautizado como "Mind
the Gap", aun cuando el nivel de estudios superiores en España está
dentro de la media, sin embargo un alto número de población no alcanza la
formación en estudios medios. Estos dos extremos, formación universitaria y
básica devienen
en la detección del problema que acucia al sistema educativo. La delgada
urdimbre que los separa no es más que la irrefutable constancia del fracaso
escolar que más bien habría que
calificar de "fracaso institucional". Precisamente porque este
hecho lleva persiguiendo como un espectro la realidad educativa. Desde mucho
antes que la crisis se convirtiera en la justificación para no abordar
soluciones o para impulsar políticas fragmentarias con nula convicción de
futuro, como ha venido sucediendo en los últimos decenios.
La educación necesita
un pacto que mantenga el rumbo definido, con criterios clarificadores y
perdurables en el tiempo. La ruta educativa no puede estar ligada a la
reversibilidad política ni sometida al albur de mayorías parlamentarias que
inclinen la balanza a ciertas definiciones competenciales. Sin embargo este
reduccionismo continúa prevaleciendo. Aunque también existen otros matices que
son ilustrativos en la manera de encarar y abordar este aspecto como los que
corresponden al discurso que se emplea. El ministro de educación manifestaba
con respecto a la reducción de los profesores interinos "no se puede
plantear en términos de despidos sino de renovación de contratos".
Sencillamente un verdadero propósito. La argumentación no es sólo estilística,
añade la inquietante apelación que el presidente del gobierno repite, sin el
menor indicio de desfallecimiento, la del sentido común. La apropiación de esta
categoría, junto la idea de "españoles de bien" consigue los
efectos deseados, la "derechización" del contexto sin
despeinarse. Es de suponer que también existen "españoles de mal".
Y en ese apartado pueden incluirse todos aquellos que, de una u otra manera,
han contribuido a la sed de bien que procura el gobierno con sus actuaciones.
En la sanidad pública no son otros que
los enfermos. Los gastos que se derivaban para su sanación, se convierten en
penalizaciones. No se puede estar enfermo porque eres causa de déficit. No
basta con pagar los medicamentos que antes eran gratuitos. Las prestaciones van
disminuyendo, la salud se resiente y el margen de calidad de vida se estrecha.
La nueva reforma del
Código Penal incorpora la pena de prisión permanente revisable y la
custodia de seguridad. A pesar del endurecimiento que ha sufrido el texto en
periodos anteriores, la tasa de reclusos sigue siendo una de las más altas de
Europa. La legitimación la halla el ministro de Justicia en los últimos casos
que han provocado cierto debate social. Transmite cierta inquietud que textos
jurídicos de tal calibre puedan verse forzados de esta manera a modificar su
esencia. Las formas de delito pueden cambiar, pero la promiscuidad legal no
beneficia a nadie y cuanto menos a la propia justicia.
En el año 1862,
Victor Hugo publica la novela "Los miserables". Jean
Valjean
es el personaje sobre
el que el escritor francés centra la peculiaridad de una época. La miseria como
resultado de la desigual distribución de la riqueza, arroja a los seres humanos
a la desprotección
más absoluta, pero
también a la depravación, corrupción y ambición, dispuestos a lo que sea para
conseguir sus propósitos. Una novela a caballo entre el romanticismo y el
realismo que se posiciona en contra de la pena de muerte. Jean Valjean es
acusado de robo por un sistema que condena este acto delictivo pero que no
encuentra justificación en que haya sido por hambre. Ni tampoco busca soluciones
para reconducir la falta de trabajo y evitar la delincuencia.
Existe demasiada
miseria moral para continuar caminando en círculos, como hemos hecho hasta
ahora. Mientras este lastre no se aligere seguiremos apuntalando y encalando
las húmedas paredes de la convivencia social. Para ello es más que
imprescindible la dimensión política-ética como efecto transformador y
regenerador. Cuestión harta difícil si nos atenemos a los acontecimientos que
trascienden. Como señala el escritor y filósofo, Fernando Savater en su obra más reciente
"Etica de urgencia", continuación de "Etica para
Amador", ambas dirigidas a adolescentes, es perenne la tarea de
trabajar la ética, de razonar la vida y la reflexión sobre lo que debemos y no
debemos hacer. El pensador vasco pone especial énfasis en la educación como la
verdadera acción para discernir con claridad valores y fundamentos que impulsen
la construcción social desde la exigencia de salud democrática y honesta
política y rehusen de la miseria. Un análisis rehusado por el gobierno,
teniendo en cuenta la despreocupación que sobre la educación parece tener.
Pedro Luis Ibáñez
Lérida, poeta, articulista, coeditor de Ediciones En Huida. Contacto: pedrolerida@gmail.com
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