Por Pedro Luis Ibáñez Lérida*
"La muerte de cualquier hombre me disminuye porque
estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca
hagas preguntar por quien doblan las campanas:
doblan por ti". John Donne
estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca
hagas preguntar por quien doblan las campanas:
doblan por ti". John Donne
Hace 25 siglos un pequeño pueblo apenas
cohesionado, concibió, construyó y consagró la contemporaneidad que hoy
vivimos, no exenta de sinsabores, pero apreciable y vigente. En él cobraron
sólidos cimientos, valores que impregnaron las soluciones racionales y
emocionales de la convivencia social y política de los habitantes de una
comunidad. El hombre iniciaba un nuevo tipo de relación con las divinidades y
ese siempre ignoto campo del más allá. El arte, la razón, el derecho y la democracia
desvinculados de la religión, la aplicación de la soberanía individual y
colectiva marcaron un tiempo nuevo. Porque a diferencia de otras
civilizaciones, la griega ha mantenido intactos la riqueza trascendente de un
patrimonio, que no necesita ser conservado en museos. La permeabilidad y
consistencia de la herencia helena se ha mantenido durante todo este tiempo.
Por tratarse de un sinigual sentido de la demostración que los seres humanos
pueden y deben arreglar sus problemas a través de la palabra. Lo cual implica
el reconocimiento de igualdad entre las personas que suscitan ese tablero de
comunicación. Iniciando el desapego de la brutalidad como respuesta y fin.
Evidenciando en su faceta creativa, y constatable tras este dilatado tiempo, de
un acusado contenido de todo ello en sus obras. Reflejo de una sociedad que es
inspirada por sus protagonistas cuyos escritos forman parte insustituible y
esencial de la cultura occidental. Y que, a su vez, es inspiradora de todo el
legado que continúa siendo referencia, estilo y pensamiento.
Mucho
ha llovido desde entonces, y diferentes etapas convulsas han jalonado su
historia. Aunque la que más nos hace recelar, al igual que ha ocurrido en otros
países europeos, es quizás la actual. La tasa de amoralidad cuantificada en los
privilegios de banqueros y empresarios que hacen resentir el contrafuerte
emocional de un pueblo empobrecido por la capacidad devoradora de aquéllos. Y
es finalmente la incredulidad de los propios griegos la que acentúa la
respuesta en los últimos comicios. Aunque en los resultados pueda reconocerse
el grado de infectación, también lo es que una parte representativa ha optado
por abundar en la salida europea.
Llegados a este extremo, ¿en que
lugar se encuentra el debate político y moral frente a las tesis economicistas
y austeras que estigmatizan a países como Portugal, Irlanda, España o Grecia?
No es cuestión de debatir sobre el euro, o sí, pero sin olvidar la inicua
resolución de elevar al máximo la austeridad y fiscalidad como únicas herramientas
de futuro. Adolecemos de pensadores comprometidos que repongan en su estado más
depurado la valoración e incidencia de sustituir gobiernos democráticos por
tecnocráticos. En el caso de Grecia, a pesar de las múltiples descalificaciones
de sus cuentas, han conseguido reducir el déficit inicial, sin el pago de la
deuda, del 10,6 al 2 por ciento, de 2009 a 2011. En esta etapa de "políticos
pigmeos", según afirma el esscritor y ensayista Tony Judt, son
necesarios pensadores que descencerrojen el salón de plenos del debate político
que desde la autonomía e independencia de ensamiento, reconstruyan el alma y el
cuerpo de la civilización europea y, por tanto, la referencia clásica de su
propio origen. El modelo griego de hace 25 siglos remozado frente a las experiencias
neoliberales o lo que es lo mismo, el pensamiento paneuropeo en actitud crítica
a la austeridad que está provocando una crisis existencial europea. Estamos
ante una blasfemia en el sentido que los
griegos clásicos la entendían, pronunciar palabras de mal augurio durante un
sacrificio. Porque, ¿como se entendería si no escrutar el destino económico y
social desde el negativo presagio de un pensamiento que no se somete al
sacrificio de los mercados?
En
España la situación del desempleo alcanza una tasa del 24,3 por ciento. La
primera de Europa, seguida de Grecia, 21,7 por ciento, que, en su caso, supera
al juvenil y femenino, alcanzando el 52 y el 25,7 por ciento, respectivamente.
Este panorama que se cierne con vocación redentora de los mercados posee el
carácter blasfemo de las tesis, por ejemplo, del ex presidente de Bankia y sus
saludables balances, el Banco de España y su impecable control o la del
presidente del Tribunal Supremo y la rigurosidad en el empleo del dinero
público. Aunque para blasfemias las que se gasta Javier Krahe pendiente de un
juicio por la emisión de un documental en el que se oficiaba una receta de
cocina sobre la cocción de un cristo. Las divinidades no necesitan la
protección del ser humano, salvo en la versión más atrabiliaria del
anacronismo. Como en lo económico, volver la mirada y recomponer el mapa humano
de atrocidades nos interroga. No hace tanto siglos la blasfemia te encaminaba a
la muerte. Hoy te sienta en el juzgado. Hace 25 siglos un pequeño pueblo ya resolvió
estos horizontes. El mismo que abrió la perspectiva contemporánea desde la
Antigüedad y ahora pena su defenestración institucional europea.
*Pedro Luis Ibáñez Lérida, poeta, articulista, coeditor de Ediciones En Huida. Contacto: pedrolerida@gmail.com
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