Esther Vivas, coautora de ‘Planeta Indignado. Ocupando el futuro’
La deuda es hoy una cuestión central en la agenda
social y política. En su nombre se llevan a cabo privatizaciones, recortes,
ajustes y, en definitiva, se transfiere el coste de la crisis a la mayor parte
de la población. Pero, ¿a quién beneficia la deuda? ¿Quién la contrajo? ¿A qué
ha servido? ¿Quién debe pagarla? A estas preguntas buscan respuesta aquellos
que en el seno del movimiento indignado plantean una auditoria ciudadana de
la misma.
En la década de los años 80, 90, 2000, vimos el
impacto de la deuda externa en los pueblos del Sur, mediante la aplicación
sistemática de programas de ajuste estructural y de recortes sociales, que se
decían necesarios para hacer frente a su pago. Desde el 2010, con el estallido
de la crisis de la deuda soberana, ésta se ha convertido en un tema clave en
los países de la Unión Europea, y en especial en los de su periferia donde se
condensan las contradicciones de la crisis contemporánea.
La deuda externa ha sido
un instrumento de control y dominación de las elites políticas y económicas del
Norte respecto al Sur, y un potente mecanismo de transferencia de recursos
financieros en sentido inverso. Ahora, la misma lógica centro-periferia de
sometimiento vuelve a darse aunque, en este caso, en el seno de Europa y se
repite el mantra de que es necesario pagar la deuda y de que para
hacerlo es imprescindible aplicar dichas medidas de ajuste.
Pero el repudio de la deuda ha sido una constante a
lo largo de la historia. La doctrina de la deuda odiosa,
que en derecho internacional se utiliza para repudiar una deuda tomada por un
gobierno y utilizada en contra de su pueblo, se ha esgrimido y aplicado para no
pagar deudas contraídas a lo largo de los siglos XIX, XX y XXI.
Desde hace años, organizaciones sociales en los países del Sur impulsan campañas para
denunciar la ilegitimidad de la deuda y en consecuencia su no pago. Y las
auditorías han sido uno de los principales instrumentos utilizados con este
fin. La experiencia más relevante fue la llevada a cabo en Ecuador donde, en
2007, se puso en marcha la Comisión de Auditoría Integral de la
Deuda Pública Interna y Externa, formada por representantes
de la administración y de organizaciones sociales ecuatorianas y de otros
países, y que culminó, en el 2008, rechazando pagar parte de la deuda al
declararla ilegítima.
El proceso de auditoría posibilita investigar porqué
las deudas fueron contraídas, para qué sirvieron, a quiénes beneficiaron y
sacar a la luz las irregularidades presentes en su contratación, revelar la
complicidad de sus acreedores y obtener los fundamentos legales para su
repudio. Se trata de un instrumento profundamente pedagógico que permite
discutir sobre el funcionamiento del Estado, de la economía de mercado, de las
relaciones institucionales e inyectar un rayo de luz en los oscuros pasillos de
las bambalinas del poder
Con la llegada de la crisis de la deuda a Europa,
organizaciones y movimientos que en décadas anteriores trabajaron en campañas
de repudio de la deuda externa de los países del Sur ahora, y junto al
movimiento indignado y occupier, han empezado a promover acciones de
denuncia sobre el pago de la deuda y a explicar las implicaciones que ésta
tiene en los recortes, las privatizaciones y el aumento de la precariedad.
Con el objetivo de promover un debate público y la
participación popular en la toma de decisiones sobre la deuda y romper con el
discurso hegemónico de la “inevitabilidad” de su pago, los procesos de
auditoría se han convertido en una de sus principales herramientas. Su
celebración debería permitir, junto a una gran movilización social, anular la
parte ilegítima de la deuda y reducir significativamente el resto. En países
como Grecia, Portugal, Francia, Bélgica, Irlanda, Italia y el Estado español están en
marcha campañas ciudadanas para auditarla.
De este modo, frente al discurso hegemónico de
“salvar a los bancos”, “rescatar a las finanzas”, “pagar la deuda”, empieza
emerger otro discurso: el de “salvar a las familias”, “rescatar a los pobres”,
“no pagar la deuda”. ¿Cuál es el sentido de inyectar masivamente dinero público
a entidades financieras como Bankia sino mantener los privilegios de unos pocos
a costa de los derechos y las necesidades de la gran mayoría?. Como bien señala
Occupy
Wall Street, se sacrifica al 99% para salvar al 1%.
Las verdades absolutas para hacer frente a la crisis
empiezan a resquebrajarse. Otra conciencia colectiva emerge desde abajo y
empieza por preguntarse: ¿Hay que pagar la deuda? La respuesta es clara.
*Artículo publicado en El Huffington Post,
14/07/2012. Blog de Esther Vivas en El Huffington
Post.
**Esther Vivas, coautora de ‘Planeta Indignado. Ocupando
el futuro’.
+ info: www.esthervivas.com
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