Por Pedro Luis Ibáñez Lérida*
"La muerte de
cualquier hombre me disminuye porque
estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca
hagas preguntar por quien doblan las campanas:
doblan por ti". John Donne
estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca
hagas preguntar por quien doblan las campanas:
doblan por ti". John Donne
Siria, la
impunidad y el delirio
Hace apenas un año, cuando los primeros
regueros de inconformismo tomaban eco africano, nadie podía presagiar que
los efectos en Siria llegarían a tener como consecuencia los terribles y
sangrientos sucesos que, como en otras latitudes, claman la inoperancia
internacional. Evidentemente cuando el poder se ve amenazado por el carácter
imprevisible de la insatisfacción ciudadana, sólo tiene una vía de resolución
democrática. Las demás son fruto de la intolerancia, y unicamente pueden ser
ejecutadas con violencia. Deraa, la ciudad en la que comenzaron las protestas
contra el presidente Bachar El Asad, vuelve a ser objetivo de las fuerzas
militares sirias. Al igual que en el caso de la ciudad de Homs, y más
concretmente el barrio de Bab Amro, un cerco de cruel venganza represiva y
mortal, nombra la desesperación de sus habitantes. La población de ésta,
estimada en 100.000 personas, ha quedado reducida entre 20.000 y 40.000 y la
infraestrucura urbana destruida. Según informacion de la Organización de las
Naciones Unidas -ONU-, son más de 7500 civiles los que han perdido la vida
duarnte este año y, entre ellos, 500 eran niños.
Ya
nadie recuerda aquel gesto de propiciar una reforma constitucional para
tratar de reconducir la evolución de los acontecimientos, que ha quedado en
agua de borrajas. Lo que si llueve ahora son las bombas y los disparos del
ejército contra su propio pueblo. La diferencia entre la mayoría de la
población siria suní y la minoritaria alauí -a la que pertenece Bachar El Asad-
es uno de los muchos matices que configuran el despiadado y maléfico signo
bélico. Tanto es así que la obstaculización a que la Cruz Roja suministre ayuda
humanitaria puede considerarse como un fiel reflejo del oscurantismo en el que
se halla inmerso el conflicto armado entre gobierno y oposición. En el otro
extremo los más de 14.000 refugiados en Turquía y Libano, que han huido no sólo
por mero sentido de la supervivencia, también por la experiencia de años atrás.
En 1982, Hafed El Asad destruyó la ciudad de Hama tras una revuelta islamista.
La violencia que aplicó se saldó con una cifra de muertos que nunca pudo ser
cotejada por el opaco velo gubernamental que los cubrió, aunque algunas
informaciones apuntan entre 20.000 y 40.000 muertos. La mano dura y asesina del
padre ha confirmado la herencia recibida por el hijo que no reduce en lo más
mínimo su capacidad destructora. Aunque el mayor sostén lo detentan los paises
que por diferentes motivos e intereses regionales e internacionales, se
resisten a condenar dentro del Consejo de Seguridad de la ONU. Los únicos
valedores de Siria, China Rusia e Irán, mantienen sus diferencias con el resto
de países, no sólo en la consideración y categorización de la guerra. También
en la significación de su influencia económica y estratégica de la zona. Un
equilibrio que parece hallarse en la contención y limite de convivencia amenazadora entre Israel, Líbano,
Egipto, Turquia e Irán. Este último como catalizador de un rearme nuclear que
se resiste a las advertencias norteamericanas
El poderío militar que despliega Bachar El
Asad no le garantiza, en absoluto, su futuro. Su credibilidad interna ha
quedado afectada en un altísmo porcentaje. No hay duda que su política es
primaria y visceral. No existen datos minimamente esperanzadores en los que
pueda vislumbrarse un cambio de actitud. El daño esta provocado y la justicia
doblegada. Su país, territorio malherido por su propia mano, asiste compungido
a la masacre que el propio gobierno inflinge a sus compatriotas. Sólo le queda
incorporar un infranqueable muro de desolación y mutismo para que nadie
inflame, de nuevo, las aspiraciones civiles, ahora que también toman cariz
militar por el curso de los hechos.
Distingamos
la caprichosa benevolencia o decidida actuación que rigen las
intervenciones internacionales. Pues si bien unos pasan por el tamiz de la
legalidad internacional, otros se arrogan el propio derecho cuando les place. Y
si, mal que nos pese, esta diferencia no alberga esperanza para Siria, reinsiste en la
interpretación de la realidad internacional al albur de los intereses menos
consecuentes con la democracia. Ejemplos no faltan en esta escalada de miseria
y podredumbre en la que se convierte la atribulada actualidad. La muerte de la
periodista Marie Colvin y el fotógrafo Rémi Ochlik nos reserva la afección
occidental. Los límites de una información veraz y comprometida con la
realidad, subraya el riesgo definitivo. Los bombardeos indiscriminados no
sólo silencian el horrísono grito de las
víctimas, advierten de la impunidad de los emisarios de la muerte que emplean a
fondo sus más abyectos y delirantes propósitos represivos.
*Pedro Luis
Ibáñez Lérida, poeta, articulista, coeditor de Ediciones En Huida.
Contacto: pedrolerida@gmail.com
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