LA VERDAD PUEDE ENCUBRIRSE, PERO JAMÁS
APAGARSE
Hay que
tener el valor de decir la verdad, siempre y en todo lugar, nos cueste lo que
nos cueste. Sólo la verdad nos hará seres humanos libres y responsables. La
libertad que se somete a la veracidad conduce a la ciudadanía a su verdadero
bien. Lo sabemos, pero hacemos bien poco por buscarla. Precisamente, por esa indigencia
y olvido por indagar en la búsqueda, en el año 2010, la Asamblea General de las
Naciones Unidas proclamó el 24 de marzo como Día Internacional del Derecho a la
Verdad en relación con violaciones graves a los derechos humanos y a la
dignidad de las víctimas. Hoy más que nunca precisamos comprometernos con la
verdad, porque sólo así se puede suscitar el arrepentimiento. Por otra parte,
es de justicia rendir tributo a los sembradores de la palabra exacta, a quienes
han dedicado su vida a la lucha por promover y proteger los derechos humanos y
a quienes la han perdido en ese empeño, que cada día son más y menos valorados.
Los
defensores de los derechos humanos son los mártires de hoy. Las víctimas de las
violaciones graves de derechos inherentes a todos los seres humanos, sin
distinción alguna de nacionalidad, lugar de residencia, sexo, origen nacional o
étnico, color, religión, lengua o cualquier otra condición, tienen obligación de
saber la verdad y debemos dar cumplimiento a su deseo, sobre las circunstancias
en que se cometieron esas violaciones, los motivos por los que se perpetraron y
la identidad de sus autores. Están en su derecho, familiares y víctimas, de
pedir a la humanidad una explicación y de solicitar que se haga justicia. Tengamos
presente, que la verdad puede encubrirse, pero jamás apagarse. Tener la certeza
de lo que ha sucedido es una forma de poner punto final, de aliviar en cierta
manera el dolor por las pérdidas sufridas. Se nos exige, y con toda la razón
del mundo, revelar la verdad y rendir cuentas a tantísimos torturados por
hechos inhumanos. Toda la sociedad debe pensar en que, la reconciliación, florece
mucho más que cualquier victoria.
Es el
segundo año que celebramos este día internacional del derecho a la verdad en
relación con violaciones graves, pero de nada servirá si el mundo no reconoce
la indispensable función de la verdad en la defensa de los derechos humanos.
Para ello, debe existir voluntad política que permita esclarecer los abusos
cometidos; prácticas represivas que, por otra parte, deben haber llegado a su
fin. A mi juicio, creo que sería bueno potenciar las comisiones internacionales
de la verdad como un instrumento eficaz del Estado de Derecho para sociedades
que han salido de un conflicto. El mundo tiene que ser cada vez más consciente
de la necesidad de mejorar su asistencia en los esfuerzos que se realizan en
todo el sistema de las Naciones Unidas para trabajar con rapidez y eficacia en
el restablecimiento de los valores democráticos de Derecho. Nos alegra, pues,
que cada vez sea más frecuente en los procesos de transición, la creación de una comisión de la verdad, que
aunque pueda parecer una empresa difícil e incluso arriesgada, los beneficios
también pueden ser enormes. Al fin y al cabo, la verdad siempre resplandece al
final y, sí reeducamos antes, mejor que mejor.
Las
víctimas, y sus familiares, la misma sociedad impregnada de valores humanos,
exige saber lo realmente sucedido en relación a ejecuciones, desapariciones,
secuestros o torturas. Están en su derecho, y es un derecho imprescriptible, de
tener un conocimiento real y completo de los hechos que se produjeron. Pienso
que conociendo la verdad de lo sucedido, es mucho más fácil llegar a un proceso
de reconciliación y de diálogo entre culturas. Está visto que no es suficiente
reprimir las guerras, suspender las luchas, imponer treguas, crear fuentes de
intereses comunes y activar encuentros; no basta una paz decretada, una paz
utilitaria, una paz impuesta; hay que tender a una paz reconquistada por el
amor, libre y no condicionada, es decir, fundada en la mediación de los ánimos
y en la claridad del espíritu.
La verdad,
en suma, únicamente la apaga otra verdad. Por desgracia, las violaciones a
derechos innatos, reconocidos en diversos tratados e instrumentos
internacionales, se siguen produciendo. Hay un deber de los países a proteger y
garantizar los derechos humanos, estrechamente relacionado con el Estado de
Derecho y los principios de transparencia en una sociedad democrática. Y, en
cualquier caso, el derecho a la verdad como derecho independiente es un derecho
fundamental de la persona y, por tanto, no debe impregnarse de falsedades.
Si la
tortura sigue siendo aplicada por los responsables de brindar seguridad y si
las confesiones extraídas por este medio siguen siendo usadas y aceptadas como
evidencia en los juicios, las constituciones democráticas se convertirán en letra
muerta. Si las violaciones de los derechos humanos de los menores se siguen
produciendo a un ritmo alarmante, debemos preguntarnos al menos, qué esperamos
conseguir con esto. Nos consta que multitud de víctimas sufren arrestos por
actividades protegidas por las leyes internacionales, detención en
confinamiento solitario por prolongados periodos, sin acceso a abogados ni
familiares. Nos queda, evidentemente, la reivindicación y la denuncia pública;
contraria a la fuerza, que suele ser el derecho que utilizan los bárbaros para eclipsar
la verdad.
*Víctor
Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
18 de marzo de 2012
Hemos publicado este artículo en http://plazaabiertarevolucion.blogspot.com. Felicitamos al autor. Confiamos en que no haya ningún inconveniente, si así fuera díganoslo. fanzineplazaabierta@gmail.com
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