Por Marcos G. Sedano
Apenas ha despuntado el sol, y la Mar le presta un
mantel plateado para que vaya a desayunar el día a Cabo de Gata. A mi espalda,
el desierto se va desperezando lleno de sombras de veredas y de fantasmas del
pasado que salen a saludarme como si el tiempo no fuese nada, o tal vez, un
paréntesis, una siesta de verano.
Se desmorona; nuestro mundo se va deshaciendo como
un terrón de azúcar en un té caliente. Y lo que empezó siendo una voladura
controlada se convierte en una catástrofe incluso para los propios verdugos.
Basta separarse unos metros del teatro de operaciones para ver los cascotes
humanos que caen por doquier. De esta situación, ninguno de nosotros saldrá
ileso.
Las robustas estructuras del Estado Nación se
tambalean como gigantes malheridos, sin saber a quiénes aplastarán en su caída.
La justicia, los parlamentos, la monarquía, la banca, los medios de
comunicación, los partidos políticos, los sindicatos del régimen… antiguos dioses
tabú, se aferran a una nube de humo creyendo que son los pilares de la Tierra. Y
mientras, nosotros los de abajo, salimos a la calle una y otra vez, como si de
una foto fija se tratara; con las mismas consignas y con las viejas fórmulas.
Nosotros también formamos parte de esta locura permanente, y queremos salir de
ella volviendo al pasado, y ese tiempo es ya inexistente.
Nada es eterno, agarrase a lo que muere es fenecer
con él. Siempre quedará la posibilidad de crear un mundo nuevo, de iniciar una
vida diferente. A nosotros la historia nos está brindando esa oportunidad. Por
qué no aprovecharla, si poco o nada tenemos ya que perder o conservar de lo
viejo. Hay que romper esta foto fija que nos damos como salida a la nada y
buscar en campo abierto.
Llueve, y a pesar de la aridez del terreno, de la
erosión de siglos golpeados por el martillo solar, cuando los primeros rayos de
luz acaricien las húmedas semillas escondidas, este mar de roca y de tierra
agreste, se convertirá en un Vergel.
Andalucía, invierno de 2013.
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