Por Carlos
Medina Viglielm
Hace pocos días, un cable de la agencia
china XINHUA (8 de agosto ARGENPRESS), daba cuenta de la intención del
presidente boliviano Evo Morales de concientizar, influir en la ideología de
las Fuerzas Armadas de su país.
Bajo el título “Presidente de Bolivia
pide incorporar ideología anticolonialista en las Fuerzas Armadas”, decía el
cable de XINHUA:
“El presidente de Bolivia, Evo Morales, instruyó a los comandantes
de las tres fuerzas castrenses de Bolivia a incorporar la ideología
"anticolonialista" en la formación de los miembros de las Fuerzas
Armadas (FFAA). "Debemos tener unas
Fuerzas Armadas con principio anticolonialista", dijo Morales al afirmar
que el colonialismo es la base del imperialismo y el instrumento del
capitalismo.
El mandatario señaló que el objetivo es tener unas
Fuerzas Armadas respetadas y queridas por su pueblo, "pero temidas por el
imperio.”
A lo
largo de toda la historia y en todo el mundo, las Fuerzas Armadas, fueron
organizadas con el fin de conquistar o defender la posesión de bienes
materiales, recursos vitales como el agua y los alimentos y en consecuencia,
territorios vinculados a ello.
De los
primeros guerreros, a partir de su fuerza bruta y su poder sobre sus
seguidores, se habrán formado los primeros grupos de defensa de las familias o
tribus para llegar, con el tiempo, a convertirse en poderosos ejércitos capaces
de conquistar enormes territorios, dejando escritas con sangre, tal vez la mayoría
de las páginas de la historia.
Si bien
los “dueños” de los ejércitos han cambiado, han sido sustituidos incontables
veces, el cometido de los ejércitos no obstante, ha permanecido porque, como
bien dicen, “los hombres pasan pero las instituciones quedan”.
Casi
todos los países del mundo cuentan con ejércitos que, según dicen sus
estatutos, están para defender la soberanía de dichos países o sea, el
territorio y las riquezas o recursos materiales que cada país posee. Eso en
teoría. Porque en la práctica, es bien sabido que las riquezas, en la inmensa
mayoría de los países del mundo, capitalistas como son, están en propiedad de
muy pequeñas elites. Entonces ¿qué es lo que realmente defienden los ejércitos?
Los ejércitos responden a la ideología del poder.
Como en
agradecimiento a las calurosas (hipócritas), alabanzas que les dan los panzudos
gobernantes, ante los desfiles militares de las "fechas patrias", los
ejércitos garantizan la propiedad privada de las riquezas de los países. La
propiedad se ha ejercido y se ejerce de una manera tan arbitraria, tan brutal y
mezquina, que cada tanto, entre las masas desposeídas surge algún líder (han
surgido muchos), que organiza alguna protesta, alguna exigencia de mayor
equidad, alguna denuncia de injusticia. Es ahí cuando los ejércitos, pasan de
defender supuestas fronteras, a reprimir salvajemente a los “alzados” y los
cuarteles, se convierten en centros de tortura y exterminio.
La
historia de nuestro continente en particular, está plagada de masacres,
secuestros, desapariciones, ejecuciones sumarias y sangrientos golpes de
Estado, todo por “defender la democracia, la familia y la propiedad”, bajo la
atenta y complaciente mirada de los "señores" banqueros, los
latifundistas y las jerarquías eclesiásticas. Los ejércitos que liberaron a
América Latina del poder colonial, pasaron de inmediato a defender los
intereses de los nuevos dueños, los caudillos y sus círculos de amigos, grandes
propietarios y sus familias, hasta nuestros días.
Y eso no
se improvisa. Porque fuera de fronteras, allá en el norte, hay un poder
supranacional que cuida celosamente "su patio trasero". El cometido
de los ejércitos es tema de academias militares como la tristemente célebre
Escuela de las Américas, que funcionó en Panamá y hoy está ubicada en Fort
Benning (Georgia EUA). A los oficiales se los prepara ideológicamente con todo
cuidado, no a la tropa, que sigue siendo reclutada entre los semianalfabetos
sin trabajo.
La prueba
de ello aparece hoy cuando la justicia logra "echarle el guante"
a militares que cometieron crímenes de
Lesa Humanidad en los años ’70 y ’80. En sus prontuarios figuran los “cursos”
que tuvieron que “aprobar” y las consecuencias de esos cursos.
En muchos
países, los militares se retiraron a sus cuarteles, tras los llamados “períodos
de excepción”. Pero, más allá de algunos juicios y condenas a notorios
oficiales o generales, los mandos continuaron siendo fieles a la formación
ideológica que tuvieron, como lo han demostrado cada vez que han tenido
oportunidad –por ejemplo-, los militares en Uruguay.
Es por
eso, por otra parte, que los líderes de la derecha en este país, han bregado
tanto por mantener la impunidad de los militares comprometidos en las
violaciones a los Derechos Humanos (la inmensa mayoría de los oficiales). Esos
militares, muy lejos de lo que pretende el actual presidente de Uruguay José
Mujica, que ha dicho (abril de 2010), que las Fuerzas Armadas “son la garantía
de la institucionalidad”, están en “el banquillo de la reserva”, para ser
utilizadas en caso de “necesidad” como ocurrió en Honduras.
Y no sólo
eso. Cerrada la Escuela de las Américas en Panamá, los mandos militares de EUA
se han ingeniado para promover las llamadas “misiones de paz”, como la
implementada en Haití, donde oficiales y tropa (en esto la formación es todavía
más avanzada que en la Escuela de las Américas), forman la llamada Misión de
Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH) para ser entrenados en situaciones reales de
ocupación y represión. Bien conocen los haitianos la conducta de los militares
de la MINUSTAH y en particular, la de los marinos uruguayos.
Exceptuando
Cuba y Venezuela, donde los ejércitos están bajo el mando de líderes, no
solamente populares, sino que promueven el socialismo, los ejércitos del
continente son todavía una espada de Damocles balanceándose sobre las
democracias. Espadas que cuando reciban la orden de sus verdaderos superiores,
con oficinas en el Pentágono, pueden cercenar la democracia en pocas horas,
como sucedió en Honduras. En Paraguay tal vez no fue necesario pero, sin
ninguna duda tras los golpistas, los cipayos de siempre, estuvieron los
generales y los representantes de cierta embajada, por demás conocida.
En Uruguay, el “detalle” de la necesidad
de que las FFAA respalden la acción del gobierno no es desconocido para la
cúpula política del partido de gobierno (coalición de izquierdas), Frente
Amplio. Hace algunas semanas (15 de mayo), la senadora Lucía Topolanski, esposa
del presidente José Mujica, manifestó a los medios en una
entrevista que “se necesitan unas Fuerzas Armadas fieles al proyecto político del Frente Amplio”.
La “idea” de Topolanski no
obstante, chocó con la opinión de su otrora camarada de armas, el ex
guerrillero Eleuterio Fernández Huidobro, hoy Ministro de Defensa que, respaldando
la opinión de los jefes militares, emitió un comunicado oficial en el cual expresaba “no compartir los
conceptos vertidos” por Topolanski. "Antidemocrático" y "aterrador" fueron los
adjetivos que empleó el ministro de Defensa, para definir las manifestaciones
de la senadora Lucía Topolansky cuando pidió Fuerzas Armadas "fieles al
proyecto" del Frente. Esto deja, lógicamente planteadas, serias dudas
acerca de la fundamentación ideológica del mencionado ministro, formando parte
de un “gobierno de izquierda”.
Cabe mencionar que los
militantes de base del Frente Amplio llegaron a proponer mucho más que “el
respaldo de las FFAA”, en el llamado II Congreso del Pueblo, realizado en abril
de 2008: la reconsideración de sus objetivos y renovación total de las Fuerzas
Armadas, previo saneamiento de las mismas, esclarecimiento de los crímenes
cometidos en tiempos de la dictadura, así como la revelación del destino de los
detenidos desaparecidos. Todas esas reivindicaciones fueron olímpicamente ignoradas por los dirigentes
máximos del Frente Amplio, dejando intactos los fundamentos ideológicos de las
mismas, para caminar por el camino propuesto por el presidente Mujica: “lo
pasado pisado”, la reconciliación o al menos, la convivencia con ellas.
El
presidente Evo Morales ha dado un paso importantísimo y elemental, con el fin
de garantizar la propiedad por parte del pueblo, de las riquezas de su país.
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