La lentitud del magma
Pedro Luis Ibáñez Lérida*
"La muerte de cualquier hombre me disminuye porque
estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca
hagas preguntar por quien doblan las campanas:
doblan por ti".
John Donne
La prolongación del ardid independentista,
tras la disolución del parlamento catalán, desembocó en las urnas.
Quedaban atrás “Los días de vino y rosas” en los que, como una ola, la
excitación crecía en un contexto que parecía propicio para elevar el ancla y
tomar rumbo en solitario. Mucho antes las crudísimas decisiones económicas de
la Generalitat, llevadas a efecto con el respaldo del PP -Partido Popular-,
habían provocado una respuesta social
con un significativo descontento. No existían síntomas de lo que en dos
años condicionó un cambio de posiciones en CiU –Convergència i Unió- con
respecto al germen de la escisión y que se ha resuelto en la forma que todos
conocemos. El nuevo e inesperado
posicionamiento del partido nacionalista había cogido en un traspiés a Partido
Popular –PP- y Partido Socialista Catalán –PSC-. La inclinación y apuesta
soberanista del resto de partidos era
conocida desde este tiempo atrás, aunque ahora amplificada,. Al margen de lo
que cada cual pueda entender como capacidad de decisión o autodeterminación, lo
cierto y veraz, en este caso, es que la realidad se vio sobrecogida por el
deseo o , cuanto menos, de las valoraciones premeditadas por el apasionamiento
desmedido del propio presidente del gobierno catalán. Utilizando un símil
circense, habría pasado de funambulista
a hombre bala. De un recio principio de nadar y guardar la ropa, no sin
advertir que cuidado con quien la tocara, a un desafío de consecuencias
imprevisibles, el despegue sin tren de aterrizaje ¿Qué pudo pasarle por la
cabeza...?
Muere
Mariano José de Larra, por su propia mano, en el año 1837. Tras una vida de
ciertos sinsabores en los que su implicación y compromiso político fueron
patentes, al igual que su aguda perspicacia literaria sobre la sociedad
española en sus conocidos artículos. La vigencia de los mismos no deja de
sorprender. Y si no, y tomando como referente los sucesos catalanes y su
promotor principal, compruébenlo en el fragmento del titulado “Los calaveras”, fechado en el año
1835: “Es cosa que daría que hacer a los etimologistas y a los anatómicos de
lenguas el averiguar el origen de la voz calavera en su acepción figurada,
puesto que la propia no puede tener otro sentido que la designación del cráneo
de un muerto, ya vacío y descarnado. Yo no recuerdo haber visto empleada esta
voz, como, sustantivo masculino, en ninguno de nuestros autores antiguos, y
esto prueba que esta acepción picaresca es de uso moderno. La especie, sin
embargo, de seres a que se aplica ha sido de todos los tiempos. (...) Si
la historia , en vez de escribirse como un índice de los crímenes de los reyes
y una crónica de unas cuantas familias, se escribiera con esta especie de
filosofía, como un cuadro de costumbres privadas, se vería probada aquella
verdad, y muchos de los importantes trastornos que han cambiado la faz del
mundo, a los cuales han solido achacar grandes causas los políticos,
encontrarían una clase de muy verosímil
y sencilla explicación en las calaveradas”.
Mientras
los votos se depositaban como ejercicio de plenitud democrática en
Cataluña, el golpe furibundo e hiriente persignaba la frente de ciudadanos en
Sevilla. Exultantes reivindicaban el realojo, en viviendas desocupadas y en
propiedad de entidades financieras, de personas que habían sido arrojadas a la
calle. Sin mediar palabra, y con la misma prerrogativa democrática que regula
un periodo electoral, la policía aplacaba el pacífico júbilo de aquéllos, con
el ademán de suficiencia que responde a una orden dada. No puede ser gratuita
tanta violencia como tampoco lo es la decisión descerebrada de aplicarla.
El
modismo y la costumbre parece sentir acomodo en esta peculiar forma de
hacer política. Unos por calaveras y otros por descerebrados,
pervierten la democracia. Los maltrechos ciudadanos ante el bochornoso
contorsionismo político apelan a la solidaridad. De ahí que haya otra nueva
Corrala en Sevilla con el sentir y fin único del realojo. La han bautizado como
“La ilusión”. La misma que tanto se empeñan en arrebatarnos y que ha
logrado convertirnos en gato panza arriba.