Pídele cuentas al
rey
Por Pedro Luis Ibáñez Lérida*
Por Pedro Luis Ibáñez Lérida*
Tamaña
polvareda se ha levantado con la excursión real al continente africano y su
objetivo cinegético centrado en la caza de elefantes. ¿Alguién sabe cuántas
personas han perdido las pretaciones por desempleo mientras el ruido mediático
se resiste a menguar...? El sometimiento de la noticia recurrente y superlativa
por el personaje que la protagoniza, continúa siendo el referente informativo
más allá de la dimensión que realmente posea. No es menos cierto que la
envergadura del cargo institucional que ostenta -Jefe del Estado- debe
considerarse un más que excitante y sugerente eco internacional si se acompaña
de una suerte de "aventuras". Aunque estarán conmigo si más que parecer
cómico, lo es esperpéntico en la perspectiva del escritor gallego Ramón María
del Valle Inclán. O como bien diría el personaje "El borracho"de su obra
"Luces de bohemia", "¡Craneo previlegiado!" Se lo imaginan, la
sesera regia pensando en tomar la decisión de secundar un viaje a Botswana en la
misma proporción que el objetivo de sus deseos barrita en la inmensidad de la
sabana, desconociendo que un disparo acabará con su vida.
La ejemplaridad y
responsabilidad no son términos equivalentes ni mucho menos concomitantes.
Una y otra no tienen porque contenerse y viceversa. Aunque la segunda, como
capacidad de respuesta satisfactoria ante las circunstancias, se sobrepone a la
primera para confirmar una actitud y criterio estructurado. Ésta, la
ejemplaridad, es más bien un efectismo oportuno que parece mejorar la imagen e,
incluso, remozarla pero no conlleva la capacitación. Sin embargo, en este sonado
caso de "desventura monárquica" ambas han quedado a la altura de la
pezuña del malogrado proboscidio. Hablar de la ejemplaridad de una institución
cuyos últimos arrebatos son el desatino y desahogo por esa renuncia constante a
la transparencia requiere una dosis de benevolencia tan inmediata y necesaria
como la que sería merecer de los bancos para evitar los deshaucios que cumplen
sin el menor atisbo de aquélla. Y si nos fijamos en la responsabilidad, no es
menos inicuo asentir que la expresión en la evidencia de un error, no exime de
su asunción y consiguiente responsabilidad. La misma de la que se granjeaba el
Partido Popular -PP- cuando desde la oposición y una vez incorporado al gobierno
tras las elecciones, repartía el beneplácito de sus firmes planteamientos
económicos y sociales que en los primeros cien días ha dilapidado como confirman
sus decisiones sobre sanidad y educación. He ahí un canto a la "ominosa"
responsabilidad que pone a cada cual en su sitio, si su respuesta es la
incontestable demostración de una total y absoluta improvisación. La "errata
de sangre azul"no es más que la expresión social de un fenómeno que empieza
a tomar privilegiadas posiciones: el desencanto, la apatía y el hartazgo. Frutos
de un mismo árbol por el que no corre la savia de la ética y moral. Así el
debilitamiento de los principios va dejando paso a un cambio rector que
catapulta la febril ligereza, el espectáculo político, la tibieza que se
desprende de una forma de actuación pública ligada a la
incompetencia.
En el año 1999, José
Antonio Quirós dirigió la película "Pídele cuentas al rey". Fidel
-Antonio Resines-, un minero asturiano
tras el proceso de reconversión de la cuenca minera asturiana, decide
iniciar una larga marcha a pie junto a su mujer -Adriana Ozores- y su hijo hasta
el Palacio de la Zarzuela, para exigir al Jefe del Estado el derecho fundamental
a un trabajo digno, como así dispone el texto constitucional. La película, más
bien simple aunque correcta, incide en
el inconformismo y la rebeldía que perdura en el alma humana con que enfrentarse
a los hechos consumados de los que nadie se hace responsables, salvo para
enriquecerse o negar la mayor. El título de este drama social que combina
ciertos apuntes de comedia, es una exhortación que conmina a no sentirse satisfechos a pesar del
aparente bienestar y reivindicar la corresponsabilidad de los poderes públicos.
Rememorando el
reciente centenario del hundimiento del "Titanic", el efecto
anecdótico de este suceso que durante
una semana ha condensado la información en torno a la figura monárquica, es la
punta del iceberg que se oculta bajo las aguas procelosas y turbias del
descreimiento sobre la verdadera responsabilidad y compromiso de quienes nos
gobiernan. Nunca un rey fue más vituperado, igualmenteque un pueblo fue menos
tenido en cuenta. Y si no atendamos a las últimas decisiones gubernamentales
sobre el pago de los medicamentos por los pensionistas o el aumento de la ratio
en las escuelas e institutos para reducir costes de personal docente.
*Pedro Luis Ibáñez Lérida poeta,
articulista, coeditor de Ediciones En Huida. Contacto: pedrolerida@gmail.com
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