Por Pedro Luis Ibáñez Lérida*
El pendiente
El ajuar funerario compuesto de un
sencillo y discreto pendiente, recobra su destello en las manos de la mujer que
está a punto de cumplir 91 años. Desde el 9 de octubre de 1936, fecha en que
desapareció su hermana, han pasado 72 años a la espera de cumplir el duelo
esperado, que se hace realidad en el año 2008. Bajo un amasijo de esqueletos,
sumida en el olvido y el silencio de una cuneta, el fulgor del metal ha perdido
el tono vigoroso que le otorgó otro tiempo lleno de esperanzas y acompañó sus
últimas horas antes de ser asesinada. Un halo de íntima y decorosa invocación
nutre el sustrato de la memoria que no se resigna en tornar abigarrada y fresca
para sanar el desgarro que sufrió. La cuneta que alojo el cuerpo de María
Alonso junto a nueve más, ya vulnerado el reposo involuntario de la muerte, es
altar recurrente para quebrar la mudez y elevar la salmodia por los desvelados.
El paisaje agreste de Izagre -León- ha cambiado desde entonces, pero el frío
sólo mengua para acoger los veranos cortos y calurosos. Es el mismo frío que se
desentumedece en el alma de Josefina, mientras acaricia la sortija que ha
llevado consigo desde el día aciago que no volvió a ver a su hermana, la
tercera de siete hermanos.
Los
forenses exhuman los restos. Advierten la presencia de un pendiente, un
rastro satisfactorio, un indicio que permite facilitar la identificación, una
ventana abierta en la tenebrosa oscuridad después de tantos años. Se afanan en
encontrar el otro. No hay resultados. Y es entonces cuando se quiebra el tiempo
con un grito agudo, breve y lastimero como leño seco. Josefina enseña su dedo y
el anillo es idéntico al zarcillo que reclama propietaria. Ese día, María, no
embelleció el lóbulo de su oreja izquierda, tan solo el de la derecha. Una circunstancial
infección le privó de prenderlo. Sólo llevó uno. El otro, convertido en anillo,
ha acompañado a Josefina hasta hoy. Como si de un sudario se tratase, ha
rodeado su dedo inadvertidamente, cual si fuera el cuerpo de su hermana. La
anciana siente retumbar su pecho y parecen sangrar sus manos como sucede con
los tambores de Calanda al romper la hora. La sangre enjuga el duelo en las
manos teñidas de vacío. María fue rapada, torturada y violada antes de
fusilada. Su cuerpo quedó como sarmiento retorcido, exangüe y marchito. Sólo el
amor de su hermana Josefina y el recuerdo imperecedero incrustado en el anillo,
lograron romper el cerco pretendidamente inexpugnable que construyeron los
asesinos para ocultar el oprobio de su conducta sepultando los cadáveres. La
invisibilidad de lo material frente al intangible patrimonio del alma engarzado
en un anillo.
El
fotógrafo y cineasta Clemente Bernad es el director del cortometraje
documental "Morir de sueños" que se estrenó semanas atrás en
La Bañeza y que recoge esta tristísima y hermosa historia. Desde el año 2003
visita y fotografía las exhumaciones en toda España. De ese interminable viaje
que, a modo de hijo pródigo de la memoria viene llevando a cabo, se acaba de
editar una magnífica obra titulada "Desvelados".
La
sepultura no es sólo habitáculo de los muertos. También lo es de quienes
fueron secuestrados apenas nacieron, con la aquiescencia incontable de cierto
influjo religioso. De esta guisa, recién nacidos desaparecieron impunemente, no
sin antes arrancarlos de los brazos de su madre o sin llegar a ellos,
justificándolo con la prematura muerte. Porque hablamos de muerte, la crueldad
de inflingir dolor en la raíz de la vida. El robo de seres humanos que deja sin
duelo a quienes fueron sus verdaderos padres. La monja sor María permanece en
silencio. Tal vez desee tan vivamente piedad y perdón por sus presuntos delitos
de detención ilegal y falsedad, que las cuentas del rosario sean pocas para
elevar sus ruegos y conseguirlos.
Vencido
el germen de la duda con la defenestración judicial de Baltasar Garzón,
queda por discernir si, al igual que este consiguió en España con el
encausamiento por los crímenes de la dictadura de las Juntas Militares en
Argentina, ocurrirá con la querella presentada en este país por víctimas del
franquismo hace dos años. Con ello la gratuidad de este esfuerzo no puede
quedar supeditado a la mera interpretación judicial. La memoria no exime de
culpa, interroga y apela para arañar y excavar como el topo, ciego y
escurridizo, las entrañas de la tierra y, contrariamente a éste, buscar la luz
que sólo ciega a quienes permanecen en tinieblas.
*Pedro
Luis Ibáñez Lérida, poeta, articulista, coeditor de Ediciones En Huida. Contacto: pedrolerida@gmail.com
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