Letras tu revista literaria

viernes, 30 de noviembre de 2012

Calaveras y descerebrados


La lentitud del magma


Pedro Luis Ibáñez Lérida*


"La muerte de cualquier hombre me disminuye porque
estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca
hagas preguntar por quien doblan las campanas:
doblan por ti".

John Donne


                        La prolongación del ardid independentista, tras la disolución del parlamento catalán, desembocó en las urnas. Quedaban atrás “Los días de vino y rosas” en los que, como una ola, la excitación crecía en un contexto que parecía propicio para elevar el ancla y tomar rumbo en solitario. Mucho antes las crudísimas decisiones económicas de la Generalitat, llevadas a efecto con el respaldo del PP -Partido Popular-, habían provocado una respuesta social  con un significativo descontento. No existían síntomas de lo que en dos años condicionó un cambio de posiciones en CiU –Convergència i Unió- con respecto al germen de la escisión y que se ha resuelto en la forma que todos conocemos. El nuevo  e inesperado posicionamiento del partido nacionalista había cogido en un traspiés a Partido Popular –PP- y Partido Socialista Catalán –PSC-. La inclinación y apuesta soberanista del resto de partidos  era conocida desde este tiempo atrás, aunque ahora amplificada,. Al margen de lo que cada cual pueda entender como capacidad de decisión o autodeterminación, lo cierto y veraz, en este caso, es que la realidad se vio sobrecogida por el deseo o , cuanto menos, de las valoraciones premeditadas por el apasionamiento desmedido del propio presidente del gobierno catalán. Utilizando un símil circense, habría  pasado de funambulista a hombre bala. De un recio principio de nadar y guardar la ropa, no sin advertir que cuidado con quien la tocara, a un desafío de consecuencias imprevisibles, el despegue sin tren de aterrizaje ¿Qué pudo pasarle por la cabeza...?

                        Muere Mariano José de Larra, por su propia mano, en el año 1837. Tras una vida de ciertos sinsabores en los que su implicación y compromiso político fueron patentes, al igual que su aguda perspicacia literaria sobre la sociedad española en sus conocidos artículos. La vigencia de los mismos no deja de sorprender. Y si no, y tomando como referente los sucesos catalanes y su promotor principal, compruébenlo en el fragmento del titulado  “Los calaveras”, fechado en el año 1835: “Es cosa que daría que hacer a los etimologistas y a los anatómicos de lenguas el averiguar el origen de la voz calavera en su acepción figurada, puesto que la propia no puede tener otro sentido que la designación del cráneo de un muerto, ya vacío y descarnado. Yo no recuerdo haber visto empleada esta voz, como, sustantivo masculino, en ninguno de nuestros autores antiguos, y esto prueba que esta acepción picaresca es de uso moderno. La especie, sin embargo, de seres a que se aplica ha sido de todos los tiempos. (...) Si la historia , en vez de escribirse como un índice de los crímenes de los reyes y una crónica de unas cuantas familias, se escribiera con esta especie de filosofía, como un cuadro de costumbres privadas, se vería probada aquella verdad, y muchos de los importantes trastornos que han cambiado la faz del mundo, a los cuales han solido achacar grandes causas los políticos, encontrarían  una clase de muy verosímil y sencilla explicación en las calaveradas”.

                        Mientras los votos se depositaban como ejercicio de plenitud democrática en Cataluña, el golpe furibundo e hiriente persignaba la frente de ciudadanos en Sevilla. Exultantes reivindicaban el realojo, en viviendas desocupadas y en propiedad de entidades financieras, de personas que habían sido arrojadas a la calle. Sin mediar palabra, y con la misma prerrogativa democrática que regula un periodo electoral, la policía aplacaba el pacífico júbilo de aquéllos, con el ademán de suficiencia que responde a una orden dada. No puede ser gratuita tanta violencia como tampoco lo es la decisión descerebrada de aplicarla.

                        El modismo y la costumbre parece sentir acomodo en esta peculiar forma de hacer política. Unos por calaveras y otros por descerebrados, pervierten la democracia. Los maltrechos ciudadanos ante el bochornoso contorsionismo político apelan a la solidaridad. De ahí que haya otra nueva Corrala en Sevilla con el sentir y fin único del realojo. La han bautizado como “La ilusión”. La misma que tanto se empeñan en arrebatarnos y que ha logrado convertirnos en gato panza arriba.

Pedro Luis Ibáñez Léridapoeta, articulista, coeditor de Ediciones En Huida. Contacto: pedrolerida@gmail.com


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