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jueves, 25 de octubre de 2012

Cuaderno de otoño. ¡Bogad, andaluces, bogad!



Por Marcos González Sedano

Cuando leí en la misiva de aquel rey: "actuando unidos... remando a la misma vez", algo se rompió dentro de mí. Sentí sobre las espaldas los efectos del rebenque y los gritos del cómitre al compás del tamborilete, regalo de la diosa Cibeles a los latigueros.
Jamás hemos visto en estas quinientas noches de pesadillas a ningún rey ni señor bogar junto a la muerte, y cuando sus excelencias vinieron a salvarnos de nosotros mismos ya les relucían entre los dedos los hierros para nuestros tobillos. Gracias, grandes señores, cortesanos y mercaderes de España y de Europa, por ofrecerse a remar junto a nosotros en esta nueva renovación de las cadenas. Ya llevamos quinientos años amarrados a sus galeras y les hemos salido más baratos que aquellos andaluces que se vendían como esclavos en la Plaza Larga del Albaicín, junto al Arco de las Pesas, a mil quinientos reales de vellón por cabeza.
Ha sido tan grande la afrenta que ustedes nos han infligido que incluso aquel Manco de Lepanto (ebrio por Sevilla), sintiéndonos remar en su corazón, convenció al Hidalgo de la Mancha para que en su locura nos liberara, a nosotros, los delincuentes forzosos, los gitanos, los moriscos, a nosotros, hombres sin tierra ni puerto.
Nosotros hemos remado en cada una de vuestras batallas, contra el turco Khair ad-Din Barba roja, contra nuestros hermanos de la República de Salé, contra el francés, contra el inglés. Nosotros somos los que más de una vez os hemos devuelto al trono. Nosotros, la chusma que es arrojada por la borda cuando ya no es necesaria, somos los mismos que os subieron a los pedestales que ocupan nuestras plazas. Nosotros somos aquellos que siguen soñado ser el pirata que cantara José de Espronceda.
Cuando sea libre quiero desde la Chanca contemplar cómo parten las barquitas a faenar sobre el lomo plateado del viejo y fiero Poseidón. Quiero ver desde la lejanía a los jabegotes echar la red, en un intento desesperado por atrapar los últimos rayos de sol.
¡Bogad, andaluces, bogad! ¡Ufff...! No hemos hecho otra cosa desde que nos conocemos, señores, o eso o el exilio. Hacia Catalunya por el Levante, a Madrid por el Despeñaperros, a las frías tierras del Norte, a Australia con contratos de a cinco años infinitamente renovados, a nuestra segunda casa allende los mares. Más de dos millones de andaluces en una diáspora moderna. Y aquí seguimos, con un millón y medio de almas ociosas esperando en los puertos y plazas de Andalucía para ver qué caminos, ríos y mares nos ofrece esta España para marchar de nuevo al exilio. Como si la maldición del Holandés Errante nos hubiese convertido en su eterna tripulación.
¡Oh, España! Esta España de reyes y cortes acaso no oye el grito mudo de esta tierra. ¿Acaso no nos han ocasionado ya suficiente sufrimiento? Hasta nuestros propios amigos, en su buena fe, nos ofrecen bogar con ellos para liberarnos juntos como hombres, pero se asustan cuando les decimos: "como hombres, sí, pero ¿y como pueblo?, ¿quiénes han de liberarnos como pueblo?".
Esta estirpe de dirigentes españoles, herederos de la llave que abre nuestras cadenas, siguen subiendo los diques de las miserias que nos rodean, aunque tal vez la más cruel de todas las condenas que nos han intentado imponer ha sido la de la incultura. A nosotros, que aprendimos que no solo de pan vive el hombre. A nosotros, que para reapropiarnos de nuestros dioses, de nuestra música y de algunas otras señas culturales tuvimos que meternos debajo de un paso de Semana Santa y taparnos con los faldones para esconder nuestra amargura. Y nos dijimos: "andaluces, estos son nuestros, ¡hasta el cielo!" Y al golpe del martillo dejamos caer sobre la vértebra atlas el precio de nuestra penitencia. "¡Hasta el cielo, andaluces, hasta el cielo!, que es azul como la Mar. ¡Vámonos! No nos regalarán nada, lo recuperaremos nosotros".

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