La lentitud del magma
Pedro Luis Ibáñez Lérida*
"La muerte de cualquier hombre me disminuye porqueestoy ligado a la humanidad;
por consiguiente nuncahagas preguntar por quien doblan las campanas:doblan por ti".
John Donne
por consiguiente nuncahagas preguntar por quien doblan las campanas:doblan por ti".
John Donne
Emilio Ferrín -Profesor Titular de
Pensamiento Árabe e Islámico de la Universidad de Sevilla-, hace apenas un año
publicaba la primera novela de una trilogía, bajo el título Las bicicletas
no son para El cairo. Esta expresión es un juego de palabras en dialecto
egipcio -al-aagalat mesh maamula li-l-Qahira- que viene a significar
tanto lo que implica la traducción como el propio dicho, ¿adónde vas con las
prisas? Esto es El Cairo. Las prisas, que en egipcio se dice como bicicletas.
La trama se centra en la primavera árabe y entorna una mirada pesimista sobre
los pretendidos cambios revolucionarios que han derivado en la
sangrienta situación actual. Una realidad de la que es conocedor al haber
transcurrido parte de su vida en aquella sociedad. La portada del libro es
ilustrativa de cuanto acontece. Se inspira en una pintada callejera del barrio
de Zamalek. Un ciclista pedalea al encuentro de un tanque: un tiempo nuevo, sin
prisas frente a un tiempo viejo enrocado
también sin prisas. El autor de Historia General de al-Andalus no
reduce su visión a la dinámica de los hechos grandilocuentes del proceso de
transición desde la destitución de Mubarak. Recrea la intrahistoria de unos
personajes que se ven envueltos en el rebufo de los acontecimientos. Nos habla
de la necesidad de transformación desde dentro, desde el propio individuo, en
una apuesta por las personas, antes que por otro tipo de circunstancias más o
menos impuestas. En este país en el que no existe lugar para la prisa, hace
especial hincapié, a través de su obra, en la deuda pendiente de cualquier
revolución: la mujer.
El golpe de estado en Egipto del 3 de
julio, ha desvelado el proceso de instigación del ejército y su papel
protagonista en la restauración de la democracia. La concentración en la
plaza de Tharir, y la voluntad de no intervenir, propiciando la destitución y
el encarcelamiento de Hosni Mubarak, fue un espejismo. El ejercito viene
gestionando el día a día en Egipto y lo hace con la represión como herramienta
discrecional con la que pule la superficie de la mesa del escenario político.
Su sangrienta intervención para desalojar las acampadas de los Hermanos
Musulmanes, ha determinado que los acontecimientos, a partir de ahora, sean
realmente imprevisibles en su magnitud e irradiación más allá de sus fronteras.
Con evidente repercusión en el diálogo que acaban de reanudar Palestina e
Israel. Establece un antes y un después. Si bien es el punto culminante de una
trayectoria que disfrazada de actitud democrática, se inició con el secuestró
del presidente electo Mohamed Morsi y el nombramiento de una especie de
gobierno de salvación que parece conducir al país a la catástrofe. Y con él a
una acentuada tensión en la región y en todo el Mediterráneo. En estos meses
precedentes, y tras las elecciones, la desvinculación del ejército en el influjo político no ha sido real. Ha
participado en la represión de los manifestantes islamistas y laicos, en el
empeoramiento de los suministros de
electricidad y agua, incluso confabulados con la policía y los servicios
secretos, menospreciaron la contienda civil que se venía gestando. Tras la
masiva manifestación del 30 de junio, la sombra dejó de velar la actitud del
ejército y su puesta en escena recordó otros episodios que nada se corresponden
con la causa democrática y sí con el autoritarismo que ahora descubre su
hiriente y violento rostro dictatorial presente desde 1952.
En
la polarización y radicalización de los sucesos y autores, no hay
que desentenderse del peculiar sentido de la gobernación de los Hermanos
Musulmanes. Baste señalar el decreto que
pretendía el propio presidente Morsi,
para erigirse en autoridad suprema del poder judicial. Así como la prevención
ofensiva ante los tímidos avances de la implantación de la mujer en la esfera
pública. Todo ello tras haber ganado las elecciones con no excesivo margen. Lo
que indefectiblemente, caso que hubiera sido su prioridad evitar fracturas,
debía de haber llevado a consensuar la acción de gobierno con el resto
de fuerzas políticas, no exentas ciertamente de
división. Hay que recordar que la masiva manifestación, previa al golpe
de estado, fue promovida por el grupo Tamarod, que significa rebelión.
Un colectivo de jóvenes sin adscripción política. Tampoco podemos olvidar el
nexo que aún pueda existir entre los correligionarios del anterior presidente y
el propio ejército. En cuanto a que la caída de Mubarak fuera, simplemente, la
sustitución de una pieza desgastada.
La
coherencia de su dimisión tras la cruenta represión en el desalojo de la
acampada de los Hermanos Musulmanes, no
despeja las dudas sobre la incorporación al gobierno de Mohamed El Baradei en
calidad de Vicepresidente. En este gobierno provisional, 19 de los 25
gobernadores regionales son militares con el empleo de general. De los 6
restantes, 2 estaban directamente relacionados con el régimen anterior. Qué
podía esperarse teniendo en cuenta los acompañantes de este viaje. Sus
declaraciones contrastan con las inquietantes que realizó hace unos días el secretario
de estado estadounidense, Jhon Kerry, cuando manifestaba que: "Al
ejercito le pidieron que interviniera millones y millones de personas. Los
militares no tomaron el control, según nuestra interpretación, hasta este
momento. Hay un gobierno civil que rige el país. De hecho, restauraron la
democracia". ¿Son imaginables estas declaraciones, por ejemplo, en el
caso de España, y otros países europeos con creciente y masiva oposición y
manifestación de los ciudadanos frente a los ajustes económicos y la corrupción...?
Tras las muertes provocadas por el ejército, el ex vicepresidente indicaba.
"Creo que la estabilidad y prosperidad sólo se lograrán mediante un
consenso nacional y, la paz social, a través de la creación de un estado civil,
en el que no se implique la religión en política". Mientras el
ejército gestione la capacidad de diálogo éste no existirá. Ha volado todos los
puentes de entendimiento.
Las
bicicletas no son para El Cairo, pero el vertiginoso ritmo de los
acontecimientos, la violencia inducida desde el poder, la asfixia política, el
abrupto descenso a la brutalidad nos remite irremisiblemente a la portada de
esta novela. Bicicleta y tanque frente a frente. No caben dudas de quién
acabará bajo el peso del otro. Pero, aunque sólo sea para cambiar mínimamente
su rumbo, ¿quién no recuerda la sobrecogedora imagen del estudiante chino
poniendo en jaque a la columna de carros blindados que se dirigía a la Plaza de
Tian´anmen? La locura parece haberse asentado en Egipto. Los asesinatos, el
estado de excepción y el toque de queda no son herramientas políticas. Pero
cuando son utilizadas por el propio estado para mantener el control de las
calles y plazas, entonces el terror se ha instalado en el gobierno y se
convierte en el mayor enemigo de su propio pueblo.
*Pedro Luis Ibáñez Lérida, poeta, articulista, coeditor de Ediciones En Huida. Contacto: pedrolerida@gmail.com
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