La lentitud del magma
Pedro Luis Ibáñez Lérida*
"La muerte de cualquier hombre me disminuye porqueestoy ligado a la humanidad;
por consiguiente nuncahagas preguntar por quien doblan las campanas:doblan por ti".
John Donne
por consiguiente nuncahagas preguntar por quien doblan las campanas:doblan por ti".
John Donne
La sensación de intimidación se acrecenta. A nadie se le escapa que cualquier ámbito
privativo es un potencial objetivo del poder. En la creencia que el férreo
control asegura la cobertura de seguridad ante cualquier contingencia inesperada.
La psicosis del terrorismo ha estimulado apeteciblemente ese proceso de
nutrición de los servicios secretos de los estados. En esa apelación constante
a no dejar un solo fleco suelto. El globo ocular del espionaje no refrena sus
ansias de conocer en todo momento qué hacemos o deshacemos. La denuncia del
ciudadano estadounidense sólo hace dar veracidad a lo que cualquiera puede
intuir. Mientras éste permanece en el limbo aeroportuario moscovita, en otro
contorno se sigue abriendo una profunda
brecha en los derechos humanos. Son 166 personas las que permanecen
encarceladas en la isla de Guantánamo desde el año 2002. Desde marzo de este
año 104 de ellos permanecen en huelga de hambre. Son alimentados a la fuerza
con sondas gástricas. El retrato de la maldad y su impunidad no es menor que el
nivel de convivencia que mantenemos con ella. Somos espiados por los mismos que
dicen ampararnos y que justifican la tortura como medio licito o que
obstaculizan el tránsito aéreo en ese conchabeo en el que los países europeos
se asemejan a Don Cristobita, el personaje de guiñol que inmortalizara
Federico García Lorca en la obra Los títeres de cahiporra. Este panorama
lo define con una lucidez pasmosa el escritor venezolano Edgar Borges, en su
obra El hombre no mediático que leía a Peter Handke, cuando escribe
"Hace algún tiempo Peter Handke declaró que Nuestra venerable Europa ha
perdido la razón. Yo sigo pensando que lo que ha perdido Europa es la belleza".
Otto Dov
Kulka en su reciente obra Paisajes de la Metrópoli de la Muerte.
Reflexiones sobre la memoria y la imaginación, entreabre lo que denomina
"dimensión de silencio". Entre 1991 y 2001 fue realizando
grabaciones en las que describía imagenes que mantenía en su memoria. El
historiador checoslovaco deslinda su faceta académica para adentrarse en la
memoria reflexiva de su estancia siendo niño en Auschwitz. En uno de estos
bellísimos y estremecedores pasajes dice: "Estoy tocando la melodía en
uno de esos raros momentos de silencio y tranquilidad de aquel campo y un
prisionero judío joven, de Berlín se me acerca -yo era un chico de once años- y
dice: ¿Sabes lo que estás tocando?. Y le digo: Mira, lo que estoy tocando es
una melodía que cantábamos en ese campo que ya no existe. Entonces me explicó
qué era lo que estaba tocando y qué era lo que cantábamos allí y el significado
de aquellas palabras. Creo que también me intentaba explicar el terrible
absurdo que había en ello, su terrible asombro, que una canción de alabanza a
la alegría y a la fraternidad humana, la Oda a la alegría de Schiller, de la
Novena Sinfonía de Beethoven, se estuviera interpretando delante de los
crematorios de Auswichtz, a pocos centenares
de metros del lugar de la ejecución, donde la mayor conflagración nunca
experimentada por esa misma humanidad que estaba siendo cantada seguía su
curso..."
¿Puede
alguien escuchar esta música, escucharla de verdad, y ser una mala
persona? exclamaba el dramaturgo Georg Dreyman, encarnado por el actor
Sebastian Koch, en la secuencia en la que interpretaba al piano Sonata para
un hombre bueno -compuesta por Gabriel Yared-, basada en La Appassionata,
de Beethoven. La vida de los otros, una magnífica película estrenada
en el año 2006, con guión y dirección de Florian Henckel von Donnersmack, enfrenta
esos dos planos de convivencia con el horror. Espiar el alma hasta apoderarse
de ella. Todos somos sospechosos de
poner en riesgo el orden establecido, de contravenir la
uniformización del carácter individual. Sobre todo cuando ese orden es
un gran ojo que nos mira sin parpadear, desde el vacío que alumbra en su
pupila. Un vacío que nos habla de un sistema enrocado. Un sistema que nos
espía, y que, por consiguiente, recrudece su embrutecimiento desde el execrable
principio de violentar y violar las vidas ajenas. Sin embargo un giro
inesperado hace centellear tibiamente la llama de la esperanza. Gerd Wiesler,
con una excelente interpretación de Ulrich Mühe, el capitán y espía de la Stasi, sufre una transformación interior.
La inutilidad de su vida, encaminada a controlar las del resto, sufre una
convulsión al descubrir la que otros viven en aquellos a quienes espía. La
verdadera vida está ausente en él. La suya es un fracaso. Pero la convicción en
una creencia no es fijación incontestable e inalterable desde el propio
individuo que la contiene. Lo cierto y verdad es que el ser humano es capaz de
contradecir la imposición y elevar su vuelo más allá de lo que unas alas rotas
le posibiliten. Señalaba el historiador británico Thomas Carlyle, "En
todas partes el alma humana permanece entre un hemisferio de luz y otro de
tinieblas". Sin embargo esta línea que separa esos dos dos estados del
espíritu, se difumina cuando el interés en su distinción es mera farsa.
Entonces ambos territorios se entremezclan y el poder consigue manipular y
alienar bajo sus tesis ese chirrante principio patriótico.
*Pedro Luis Ibáñez Lérida, poeta, articulista, coeditor de Ediciones En Huida. Contacto: pedrolerida@gmail.com
LetrasTRL N.º 60-julio-2013
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