La lentitud del magma
doblan por ti". John Donne
Wert o no Wert,
ese no es el dilema
El eco académico y estudiantil vibra con
intensidad. El pasado día 22 de mayo las ciudades españolas, a excepción de
las comunidades autónomas de Baleares, País Vasco y La Rioja, fueron un reguero
de inconformismo. Estaban convocados a la primera huelga unitaria de educación,
más 7 millones y medio de estudiantes, familias y un millón de trabajadores. Si bien la causa
pretextada sea el ajuste presupuestario que ronda el 20 por ciento, la caótica
situación que sufre la educación desde hace decenios y que se agrava con el
Real Decreto de Ley de Medidas urgentes para racionalizar el gasto educativo,
es un mal endémico acusado por un banderismo que nos lleva a la sociedad
española, en su conjunto, a continuar con una trayectoria errática. El objetivo
en el ahorro que pretende conseguir el Ministerio de Educación es de 3000
millones. Y si bien es un verdadero retroceso en cuanto a ciertos aspectos de
calidad de la enseñanza y un varapalo económico en otros -aumento de la ratio y
subida de las tasas universitarias-, la sensación de fracaso sobrevuela porque
el contexto internacional desdibuja lo que debería ser un principio y bien
nacional. La educación institucional de un país no puede estar condicionada por
otros avatares. Como tampoco lo es en cuanto a la salud. Aquélla por la
trascendecia en el reconocible futuro de ciudadanos impregnados y enraizados,
no sólo en conocimiento y formación, sobre todo en valores que hagan progresar
el ámbito humano. Y ésta por la protección social que dignifica a los
ciudadanos con la aplicación de la solidaridad y universalidad de las
pretaciones. Si el desarrollo económico no lleva aparejado el afianzamiento de
principios sólidos de convivencia y equilibrio, la racionalización de los recursos
bajo políticas austeras sirve a modo de bocado de caballeria. En cuanto a que
sólo se aspira a retener la inercia de los acontecimientos no a encauzar el
itinerario más próspero.
La
educación es, en sí misma, un termómetro social indefectible. El fracaso
escolar que sufre el sistema educativo español es un demérito de incalculables
consecuencias. Entre una de ellas la ausencia de afecto No hablamos de cifras
frías y porcentuales. Se trata de personas que sucumben, en muchos casos, por
el desinterés y la apatía que desprende la escuela. Ésta se ha convertido en un
espacio cerrado. Distanciada del ciudadano, poco o nada participativa y, aunque
pueda resultar chocante, hastiada de burocracia y con carencias democráticas.
La escuela no es un proyecto en constante y permanente estado de construcción.
Una construcción participativa en la que profesores, padres y alumnos, se
sientan protagonistas de su evolución. Necesitamos planteamientos generosos que
nos permitan mantener intacto un proyecto educativo con el horizonte definido
en varias generaciones y sensible a los cambios metodológicos e innovadores. Un
acuerdo serio, responsable, coherente y determinante que favorezca un
equilibrio armónico entre tiempo y resultados. Y no modificando a tontas y a
locas, y según el signo político, que lo anterior no sirve y del futuro no me
hable. Los seres humanos, y sobre todo los niños, necesitamos que la sensación
de respaldo sea presente y manifiesto. La primera y principal determinación en
la educación es formar buenas personas. La bondad como extensión de un lazo
afectivo, solidario y responsable con los demás. José Antonio Marina, filósofo,
ensayista y pedagogo español, reclama desde la lucidez de un proverbio
africano, "para educar a un niño hace falta la tribu entera",
la implicación de la sociedad en la educación.
Según
el informe de UNICEF "El impacto de la crisis en los niños",
el 26 por ciento de los menores españoles viven en hogares que se encuentran
por debajo de los parámetros de pobreza.
Situándolos, por primera vez, como el coletivo más pobre de nuestro país.
España tiene uno de los porcentajes más
elevados -sólo superados por Rumania y Bulgaria- de menores de 18 años que viven en hogares con pobreza
calificada de alta -ingresos de menos de 11.000euros para cuatro miembros-. El
crecimiento de la pobreza crónica en la infancia entre 2007 y 2010 fue del 53
por ciento. A nadie se le escapa que estos datos no son garantía de futuro
No
es precisamente en el ministro José Ignacio Wert, por más que sus decisiones
sean consideradas retrógradas, en quién debamos centrar el debate sobre la
educación. Incluso después que la CRUE -Conferencia de Rectores de
Universidades de España- haya mostrado su rechazo no asistiendo al último
Consejo de Universidades. Es en la voluntad política real de entender la
educación como un proyecto nacional inviolable donde se encuentra el meollo.
*Pedro Luis Ibáñez Lérida, poeta, articulista, coeditor de Ediciones En Huida. Contacto: pedrolerida@gmail.com
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