Esther Vivas*
¿Qué comemos? ¿De dónde viene aquello que
consumimos? ¿Cómo se ha producido? Son algunas de las cuestiones que preocupan
cada día más a una parte significativa de personas. Frente al empobrecimiento
del campesinado, la perdida de agrodiversidad, los escándalos alimentarios...
son muchos quienes reivindican recuperar la capacidad de decidir sobre las
políticas agrícolas y alimentarias.
Por este motivo, no nos debería de sorprender que en
los últimos años se hayan multiplicado en el Estado español las experiencias
que, desde la auto-organización social, promueven modelos de consumo
alternativos a los convencionales, que dan la espalda a los supermercados y que
apuestan por “otro consumo” basado en unos criterios de justicia social y
ecológica.
Son los llamados grupos de consumo agroecológico,
personas de un barrio o de una ciudad que se ponen de acuerdo para comprar
conjuntamente y adquirir productos y alimentos de proximidad, agroecológicos,
de temporada y campesinos, estableciendo una relación directa de compra con un
o varios agricultores locales. Se trata de iniciativas que apuestan por una
manera de consumir alternativa, creando alianzas entre el campo y la ciudad y
construyendo espacios de solidaridad mutua en las urbes.
Hay,
también, distintos modelos. Algunas integran en su seno a consumidores y a
campesinos, quienes planifican conjuntamente la producción agrícola y los
primeros colaboran puntualmente en las tareas del campo, mientras que otras
están formadas únicamente por consumidores, quienes establecen una relación
directa con los campesinos. Hay modelos llamados de “cestas abiertas”, donde
cada consumidor puede pedir periódicamente aquellos productos que necesita de
un listado de alimentos de temporada que le ofrece el campesino, y hay otros
formatos de “cestas cerradas”, donde el consumidor recibe periódicamente una
cesta con productos de la huerta de su proveedor.
Pero
a pesar de algunas diferencias, los grupos y cooperativas de consumo
agroecológico son experiencias que buscan devolver la capacidad de decidir
sobre aquello que comemos a las personas y que defienden un modelo de
agricultura de proximidad y campesina. En definitiva, un modelo de consumo que
rechaza el actual sistema agrícola y alimentario, monopolizado por un puñado de
multinacionales de la agroindustria que anteponen sus intereses particulares,
de hacer negocio, a las necesidades alimentarias de las personas y al respeto
al ecosistema.
Grupos
de consumo, movilización social y cambios políticos, la clave para otro modelo
de agricultura y alimentación.
*Artículo
publicado en El Periódico Gourmet's, 17/07/2012.
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