La lentitud del magma
Pedro Luis Ibáñez Lérida*
"La muerte de cualquier hombre me disminuye porqueestoy ligado a la humanidad;
por consiguiente nuncahagas preguntar por quien doblan las campanas:doblan por ti".
John Donne
por consiguiente nuncahagas preguntar por quien doblan las campanas:doblan por ti".
John Donne
Acabo de finalizar la lectura de la
reciente obra de Diego Vaya, Medea en los infiernos. El texto es un
intenso, reflexivo e introspectivo soliloquio que nos refresca de tanta
literatura de papel mojado que sobreabunda en el atrafagado mundo literario. El
poeta y novelista sevillano no deja lugar a la más mínima duda, sobre el
componente que incide en la conciencia de la profesora de música, que toma como
interlocutora a raíz de ciertas circunstancias personales, para desarrollar un
compasivo alegato existencialista. Una estructura narrativa sólida, dentro de
su complejidad, y la determinante y
arriesgada pretensión asertiva –saldada con acierto, pulcritud e inmersión
psicológica- de colocarnos frente a nosotros mismos, contagiará al lector de un
goce insatisfecho. Consecuentemente por el deseo que deja pendiente de
continuar desentrañando las vísceras de la incierta vivencia, el sentido
trágico de la salvación o el miedo y esa constante espera de inconclusa llegada
que todos ansiamos, sin excepción.
Las
manos esposadas. La dureza de un gesto artificial que desentraña la
dimensión más terrible. Aquella que nos empuja a los infiernos. Un delirio
atormentado hecho suceso periodístico para inundarnos de una extraña melancolía
y repulsiva expectación: Erwartung. Como lo definiría el autor de esta
novela, “Unas gaviotas pasaron cerca de ella, trazando en el aire un círculo
de chillidos en el que resonó claramente una palabra: Erwartung”. El dolor
apunta como un francotirador, al lado más vulnerable. El chasquido y la
penetración del proyectil avalan la destreza y fineza de su encomienda. Los
muertos suman desgracias y soledad. Una soledad infinita. Y gravitando sobre
ella la conciencia de un solo hombre asentada en el escarnio: “Es más fácil
convivir con el sufrimiento ajeno que con la conciencia de la propia
fragilidad, que no es sino la parte del alma que al ver cómo la desdicha se
ceba con otro, esconde la cabeza y sueña que la invulnerabilidad del presente
será eterna”, señala el vate hispalense, autor de la bella y penetrante
obra poética, El libro del viento. La ligereza de ciertas declaraciones
públicas y difusión de ciertas imágenes, contrasta con el estado de desamparo y
convulsión que produjo el accidente. Aquel hombre prefirió morir. Despertar de
la pesadilla y sumirse en la duermevela, mientras aproxima sus rodillas al
pecho y se abraza a sí mismo, en esa postura fetal, para nacer de nuevo.
Hanna
Arendt, la filósofa alemana y judía, actualizada por la película del mismo título cuya directora
es Margarethe von Trotta, afirmaba que la falta de pensamiento y reflexión
equivalía a la pura banalidad. Cuestión no menos importante en cuanto a lo que
sucede en esa común complacencia por el dislate tomado como normalidad. El
escritor mejicano Yuri Herrera, autor de la obra La transmigración de los
cuerpos, reflexiona en ese sentido pero conceptuando la innegable evidencia
de lo que es palpable. La verdad o la realidad, qué opción tomamos cuando una
se desdice de la otra y viceversa: “En estos días siempre estamos caminando
junto a un cuerpo tirado en la calle. Ya es no es posible hacer como que no lo
vemos. A pesar de que hoy contamos con más información que nunca, nos
comportamos como si no supiéramos nada. No creo que podamos ya fingir que no sabemos
las cosas terribles que pasan al otro lado del mundo o en nuestra propia
ciudad, de las que antes no nos enterábamos”.
Pero, ¿qué es enterarse de lo que
pasa? Si centramos nuestra atención en los medios de comunicación podemos
llegar a la misma conclusión que el profesor universitario de la Facultad de
Comunicación de Sevilla, Antonio López Hidalgo, autor de la obra La columna.
Periodismo y literatura en un género plural, “... interesa que los
medios estén controlados, y ese control lleva a la precariedad de los
periodistas que es la mejor forma de coartar la libertad de expresión”. Los
hechos, sin embargo, son tozudos, y su naturaleza eventual y discrecional los
hace regurgitar con apremio y oportunidad. Otro aspecto es el tratamiento, o
sea el distanciamiento, equiparación o afinidad, en mayor o menor medida, entre
hecho, información y opinión. Otros infiernos parecen no disminuir sus llamas
cuando al altísimo desempleo le persigue un aumento considerable de la
siniestralidad laboral. Entre los meses de enero y abril, 154 personas murieron
en sus puestos de trabajo. En este contexto de liquidación social, rezuma el
fracaso del FROB –Fondo de
Reestructuración Ordenada Bancaria-, que ha sumado la pérdida de 36.000
millones de euros de los 52.000 que destinaron a diversas entidades
financieras, en esa operación que se vino en llamar nacionalización.
Parecemos haber sucumbido al Síndrome de Estocolmo en los infiernos que
nos son habituales, cotidianos, dramáticamente normales.
*Pedro Luis Ibáñez Lérida, poeta, articulista, coeditor de Ediciones En Huida. Contacto: pedrolerida@gmail.com
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