ALGO MÁS QUE PALABRAS
Víctor Corcoba Herreror*
En un mundo sin fronteras, con
diversos frentes de poder y todos ellos interconectados, muchas veces bajo intereses
contrapuestos, lo que requiere una activa tolerancia y cierto espíritu de duda,
al menos hasta que no hallemos la manera de poner remedio a tantos defectos
injertados por nosotros mismos. Es evidente que necesitamos de la bondad de los
demás, sobre todo en un momento como el actual, en el que se concreta la idea
de la complejidad de las culturas, máxime ante la profunda crisis de creencias
y valores.
Sin duda, la comunidad
internacional ante esta agobiante globalización, con tantos efectos negativos,
debe propiciar espíritus abiertos para
restaurar una existencia más solidaria con las raíces de la familia humana. Sin
un corazón tolerante, por mucha diplomacia que se avive, no se puede consolidar
fraternidad alguna. Para ello, pienso que debemos ser comprensivos, sólo así se
puede compartir un mismo destino e integrar las diferencias.
No es fácil, pues, construir una
nueva humanidad de la noche a la mañana. Se trata de impulsar una manera de
vivir y un nuevo modo de ser. Lo que exige un corazón tolerante, capaz de
priorizar el bien colectivo. No es suficiente prevenir el individualismo, si no
se promueve el compromiso de la unidad de la especie; como tampoco es bastante
prevenir la injusticia, sino promover la justicia social. Igual sucede con la
protección a las personas frágiles, hay que ir más allá de la mera protección
de las personas en su fragilidad, con la educación en valores.
Esta sociedad, indudablemente,
tiene que fomentar mucho más una actitud de aceptación y entendimiento por la
vida de todos y de cada uno de sus miembros. El día que nos importe el ser
humano como tal, habremos avanzado en la paz, porque los conflictos y las
tensiones serán agua pasada que no mueve molino. Por eso es tan significativa
la tolerancia en esta época, donde todo parece moverse en el terreno de la
irresponsabilidad.
Estoy convencido que un corazón
tolerante no nace porque sí, se hace, porque el espíritu de la consideración
hacia el semejante, puede y debe aprenderse, puede y debe instruirse, puede y
debe educarse. Por desgracia, hasta ahora, no hemos aprendido a convivir en
comunidad, tampoco nos han instruido para trabajar hacia un bien colectivo, y
mucho menos nos han educado para actuar como ciudadanos del mundo. Quiero hacer
estas reflexiones, coincidiendo con la festividad del día internacional para la
tolerancia (16 de noviembre), porque me
parece fundamental tener las ideas claras para poder discernir. Estamos hartos
de promover la tolerancia, pero sus frutos no se ven. El día que los dirigentes
del mundo, pongan en práctica lo que dicen: la comprensión y el respeto entre
culturas, no hará falta invertir más tiempo en consejos de diplomacia. Algo
falla, en consecuencia.
A mi manera de ver, se ha
demostrado que esta forma de convivencia interesada, no puede ser tolerante, mientras se cambien vidas por dinero y la
codicia gobierne todos los pedestales del poder. Sálvese el que pueda.
Ciertamente nos movemos en el colmo de la estupidez, de no aprender lo que
realmente nos importa. Y lo que nos interesa, es formarnos como comunidad, no
para ser tutelados por los demás, sino para tutelarse cada uno por sí mismo,
aportando solidariamente a los demás lo
que otros no han alcanzado.
Por otra parte, reniego de esa
tolerancia del mal que mercadea con seres humanos, ante la indiferencia de la
especie, no sólo daña vidas inocente, también socialmente genera una maldad de
terribles consecuencias. Sí en verdad, se busca el remedio a tantos males de
intolerancia, actívense en el restablecimiento de los sanos principios, o lo
que es lo mismo, estimúlese el deseo de aprender a cuidarnos unos a otros. De
ahí, la necesidad de enderezarse uno asimismo antes de dar lecciones de nada.
Acusarse a uno mismo, demuestra que la auténtica tolerancia ha comenzado. Está
visto, que el buen ejemplo, siempre
enseña más que mil doctrinas.
*Víctor
Corcoba Herrero/ Escritor
13
de noviembre de 2013.-
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