Los centros nacionales de decisión están
incapacitados
de instrumentar su política
monetaria
y fiscal…a causa de la
dirección internacional de los
circuitos
financieros.
Celso Furtado, economista brasilero.
Celso Furtado, economista brasilero.
Cuando ya el malabarismo del liberalismo
económico en Europa se desinfló y el daño ocasionado en el área fue evidente, los
centros de Poder atienden los conflictos con mano dura aunque en algunos países
la clase dominante local ya delibera maquillajes del sistema más o menos
factibles. Era esperable que al darse un futuro tan cenagoso y caerse varios nombres
y cuadros dominantes de la escena, los remezones internos diluidos por años en un
bienestar acaso artificial pero apreciado por la gente como bienestar y punto,
se darían las discusiones postergadas. Y esta vez con síntomas y ejes que quizá
no difieren mucho de los enfrentados hace diez años en América Latina, cuando comenzó
a ganar impulso la voz de los industrialistas
afirmando que sin aumento ocupacional verdadero, a corto plazo el capitalismo
financiero acabaría en una tragicomedia con falacia financiera. Opinión que en
Argentina desprecian los mentores del liberalismo prestamista y quienes propugnan
que su dinero genere dinero y a otra cosa; analistas más que ambiguos pero bien
difundidos por la prensa corporativa que en estos días se molestara por la
modificación de la Carta Orgánica
del Banco Central de la
Argentina , del retiro del FMI de su sede en Buenos Aires y
dos medidas proteccionistas a las importaciones, escandalizaron a los herederos
intelectuales de una oligarquía que aún venera la dependencia argentina del
capitalismo inglés. Aquel reflejo que rubricara Bernardo de Irigoyen a fines
del siglo diecinueve diciendo ‘la deuda externa nos demandará grandes esfuerzos
pero lo haremos en honor del país’. Confesión o deschave del apriete que por
entonces le aplicaba al pobrerío quienes secundaban las comitivas de ingleses llegados
al país a obtener concesiones de caminos, palacios de gobierno, ferrocarriles y
cualquier tipo de empresa pública a ‘financiar con intereses altamente
rentables’. Una oferta impensable en cualquier país pero acorde a esa ‘emprendedora
clase’ ya entonces involucrada en turbios ‘créditos del exterior para hacer
progresar el país’. Todas expresiones del sector Mitrista autocrático pero
liberal…
Estas disyuntivas de independencia o
dependencia económica persisten hoy en todo el campo de la actividad económica.
Por un lado los partidarios del liberalismo económico liderados por el sector
agroexportador, el más ortodoxo y cerril contrario a una movilidad modernizadora
por encima de cualquier poder político elegido, enfrentan conjurados al capitalismo
de producción que propicia un mayor empleo de mano de obra tan apropiada a esta
coyuntura histórica y tecnológica. Digamos, acceder a una instancia que sin duda
nos remite al New Deal de los años treinta en Estados Unidos, que en línea al
pensamiento del británico John Maynard Keynes estimulara por sobre toda otra
concepción el poder de la ‘oferta agregada’ para salir de la recesión. Además
de refrescarnos a Henry Ford, que nunca fuera un mecenas dadivoso aunque invertía
en mejoras por abaratar el costo de producción diciendo ‘el primer comprador de
mi automóvil debe ser el obrero de mi fábrica’. Definición de un empresario que
hoy ni menciona ese liberalismo financiero sólo implementa raudales en hipotecas
de préstamos incobrables, y que prosigue sacando del circuito consumidor a
multitudes de personas por día en esta Europa de marzo del 2012. Una hecatombe del
sistema generada por esos prestamistas de quienes ninguna escuela o tendencia académica
de la elogiada ‘ciencia económica’ se hace cargo. Como tampoco asumen las
desigualdades en América Latina y el
resto del planeta, pero embisten el menor proyecto que intente un mayor empleo
que dinamice la movilidad social.
Aunque parezca enigmático que tantos
países llamados del Primer Mundo persistan en creencias fuera de tiempo pese al
descalabro, también en Argentina y otros países de América Latina los nuevos
grupos políticos nunca liquidaron del todo a los anteriores. Por astucia o lo
que fuera, al caer el Irigoyenismo en 1930 y el Peronismo en 1955, -dos
expresiones populares que ni hablaron de reforma agraria- la clase alta se ufanó
de voltear por ineficaces o autoritarios a dos legítimos gobiernos y en ambas
escenas, esa reaccionaria y lustrosa derecha contó con el apoyo de algún sector
de izquierda y otro tanto de cierto estudiantado militante que defeccionara de su
prédica progresista. Así que al hablar de la cohesión de grupo que tiene la
derecha en Argentina y el resto de América
Latina, sería apreciar mejor si la riqueza de ellos proviene de algún olfato
político muy desarrollado o más bien, a su ubicuidad para insertarse como sea en
los caudales financieros más rentables. Y que en cuanto los industrialistas se obligan
a cierta actualización cotidiana del mundo y su circunstancia, al ver en la
función pública a dirigentes venidos de esa clase tan jugada a favor del
liberalismo económico absoluto, pareciera que sus resultados de gestión están
siempre por debajo de lo imprescindible. (marzo
2012)
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Eduardo Pérsico nació en
Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.
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