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viernes, 11 de mayo de 2012

La lentitud del magma (La jauría humana)

Por Pedro Luis Ibáñez Lérida *
                        Qué compasión posee límites, qué caridad puede ignorar el amor al otro. Ambas actitudes no son fruto de la mera condescendencia, del simple desahogo, del sentido de culpa o autoestima. Son tangibles desde el mismo momento que son asertivos en la relación con los demás. De la misma manera que la ira y la violencia  pueden contagiarse, encontrando en ciertos sucesos la bienhechora fertilidad para su germen y desarrollo El ser humano es un cúmulo de contradicciones. La pasión que lleva parejada la miseria o riqueza de sus acciones cobra tintes maniqueos cuando la colectividad asume ciertos principios y los utiliza, a modo de visceral argumento, para hacer frente al individuo que los amenaza y en el que centran su patetismo y brutalidad, hasta ahora desconocidos.

                        Tras 7 meses de intensa búsqueda policial, los niños Ruth y José continúan desaparecidos. Su padre permanece en prisión  por la presunta comisión de dos delitos de detención ilegal, en la modalidad cualificada de menores y con la agravante de parentesco, además de otro por simulación de delito. Independientemente de la causa judicial y los resultados que ésta contraiga, existe otro tipo encausamiento cuyos límites se han visto sobrepasados por el fervor popular que encarna la doble moral del inquisidor: obtener la confesión a costa de la verdad.

                        Los medios de comunicación, en su doble función de informadores y con vocación de servicio público, como es gusto de su propia definición, han requerido de la ciudadanía la respuesta a sus noticias. Es este modo intencionado, al menos desde la animosidad sólo entendible como un eco. Es decir, como una reverberación en la opinión pública, enfebrecida por diversas noticias, ha contraído una fuerte agitación. Dejando a un lado el grado de culpabilidad o inocencia de José Bretón, la persecución a la que se ha visto abocada su familia, resulta cuanto menos inquietante y dolorosa. El cainismo aplicado ciega la esperanza El sufrimiento no puede invocarse como pago fraccionado según quién y como. La tragedia esta ahí. Es innegable, pero ello no es óbice para promover y alentar el  acoso estas personas. El estigma es síntoma de una sociedad que no redime y, por tanto, que se nutre del sufrimiento y la pérdida ajena. El resabiado gusto por el espectáculo no es por cuanto sea o trate. Más bien por lo que les reporte, a quienes asisten en complicidad ajena.

                        El escritor y filósofo francés Denis Diderot, en su obra póstuma, "Jacques El fatalista", lo describe con suma sencillez y vertical profundidad: "¿Cuál es en vuestra opinión, el motivo que atrae a las ejecuciones públicas? ¿La inhumanidad? Os equivocáis: el pueblo no es inhumano; a ese desgraciado en torno a cuyo cadalso se agolpa, lo arrancaría de las manos de la justicia si pudiera. Va a buscar a la plaza de Grève una escena que pueda contar a su regreso al arrabal, ésa u otra, le da igual mientras tenga un papel, junte a su vecinos y se haga escuchar de ellos. Dad en el bulevar una fiesta divertida y veréis que la plaza de las ejecuciones está vacía. El pueblo está ávido de espectáculos y acude a ellos porque se divierte cuando los disfruta y se divierte también cuando los cuenta a su regreso".

                        En el año 1966 Arthur Penn, director y productor cinematográfico, dirigió la película "La jauría humana". Basada en una obra del dramaturgo y guionista estadounidense, Horton Foote. Con una soberbia interpretación de Marlón Brando, en el papel del sheriff Calder y teniendo a un novel actor, Robert Redford, que toma la medida equilibrada al personaje del convicto que huye de presidio, buscando su pueblo natal. El dramático desenlace va urdiéndose con pasmosa  elegancia y estilo. El espectador asiste sobrecogido a la degradación moral de los ciudadanos respetables. El clima de violencia es contenido pero efectivo, en tanto en cuanto va graduando la desesperanza. La caza del ser humano se convierte en un espectáculo para equilibrar la insatisfacción generalizada que reconcome a los personajes secundarios, habitantes del pueblo. Hablamos de envidia, racismo, ambición, incomunicación que se aceptan socialmente pero asolan al individuo. La suma de tanta frustración es incontenible.

                        Dirimir con inteligencia este asunto supone reducir a cenizas los propios miedos que infectan de culpabilidad a quienes acusan a los familiares de José Bretón, sencillamente por ser quienes son. No hay mártires sin verdugos. Y éstos no tiene rostros bajo la capucha de la muchedumbre.

*Pedro Luis Ibáñez Lérida, poeta, articulista, coeditor de Ediciones En Huida. Contacto: pedrolerida@gmail.com

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