La lentitud del magma
Pedro Luis Ibáñez Lérida*
"La muerte de cualquier hombre me disminuye porqueestoy ligado a la humanidad; por consiguiente nuncahagas preguntar por quien doblan las campanas:doblan por ti".John Donne
En la próxima
edición del DRAE -Diccionario de la Real
Academia Española-,, prevista para el año 2014, se incluirán palos flamencos
que, hasta este momento, permanecían en el anonimato. Al menos desde la
consideración y tratamiento de su
definición como vocablo. La iniciativa ha sido impulsada por el
filólogo, escritor e investigador Antonio Rodríguez Almodóvar. El autor de Cuentos
al amor de la lumbre, -compendio de oralidad, entretenimiento y sapiencia
popular, didáctica del aprendizaje vital para los niños a través de los cuentos
y memoria viva del riquísimo acervo andaluz- reveló las carencias del manual
que, definitivamente, satisfará y completará en su nueva edición. Otra cuestión
será que facilite a los neófitos de este mundo, a través de una abreviada
síntesis definitoria, la arcana raíz de su insondable misterio y credo. Gabriel
García Márquez describía en Cien años de soledad la génesis de Macondo: “El mundo
era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas
había que señalarlas con el dedo”. Nombrar es considerar la existencia de
lo que nuestras palabras designan. Lo hacemos de este mundo. Toma cuerpo y
materia.
En el debate
social actual existe una recreación y
reelaboración del lenguaje como testaferro
del pensamiento. No existe una actitud hipócrita al uso. Es el manejo
discriminatorio y torticero de las palabras con las que salvaguardar el tabú de
lo innombrable. No es una cuestión de eufemismos. La afasia ha sobrepasado con
creces ese primer estadio. El inconsciente político parece encontrarse en un
estado de no retorno. La supremacía de lo inconfesable es la tiranía del
lenguaje, que ejercitan para, como diría en otro tiempo el hoy presidente del
gobierno, “llamar al pan pan y al vino vino” cuando de lo que se trata
es de masticar y beber para conocer sustancia y naturaleza: llamar a las cosas
por su nombre, nombrarlas. El poeta sueco Tomas Tranströmer licita al lenguaje
para que hable, para que no contenga la pureza que detenta y la desparrame con la
medida básica que en sí mismo contiene. Es de tan abrumadora sencillez que no
contiene fisuras: “Clara como la sal es / el agua que golpea las
cabezas de todos / los verdaderos refugiados”. Definen a sus poemas
como plegarias laicas. En su poesía hay motivos de reencuentro con la
intimidad, con la dimensión humana que permanece en silencio. El autor de El
gran enigma, hace expreso canto de “Dejar su disfraz de yo” y el
lenguaje fluye sin personalismo. Es un viaje a la transparencia. Como el que
exigen los manifestantes brasileños que apontocan sobre los carteles extendidos
en el suelo, mientras vociferan o cantan, botellas de agua mineral como
simbólico basamento sobre el que erigir los principios. La nítida claridad de
un recipiente conteniendo el vital elemento, para evidenciar la opacidad de la
política.
El número de
ricos crece. Eso es lo que se deduce de un
informe de la Fundación La Caixa. En el que señala que éstos han aumentado en
un 5,4 por ciento en el último año. Y precisa las condiciones para alcanzar
este status: poseer activos financieros por valor de un millón de dólares. Sin
contar la primera vivienda y consumibles. Empecemos por los principios. Séneca,
desde su ética estoica, afirmaba que “pobre es el que quiere más”. Este
“torero de la virtud”, como lo definió Nietzsche, tendría entre nosotros
un ingente trabajo de modernidad y actualización. Se armaría de inflexible
paciencia para no sentirse abrumado por la amoralidad que impregna el poder. Su
suicidio partió de una orden imperial y tajante de Nerón, al que obedeció
fatalmente. En la contemporaneidad, “la muerte cívica”, entendiendo ésta
como fin del ideario rector de derechos y deberes, es expresión del fracaso en
el que nos encontramos. Lo curioso es que la tesis que manifestó, antes de ser
encarcelado, el expresidente de los empresarios para, según él, solucionar los
avatares de este país, es afín a las directrices que orienta actualmente al
gobierno. A saber: trabajar más y cobrar menos. La coyuntura, repiten hasta el
hartazgo, lo reclama. Cabe preguntarse sobre la dignidad. Entonces, antes que
el diccionario institucional defina, lo que con tanta hondura analítica
expresara en su obra El flamenco como expresión y liberación, el
catedrático de Lengua Española e investigador, Antonio Carrillo Alonso, me
recreo en la copla que es memoria y aliento del saber y sentir popular:”Yo
no tengo ná de ná, / que salga a cazá ladrones / el que tiene que
guardá”.
*Pedro Luis Ibáñez Lérida, poeta, articulista, coeditor de Ediciones En Huida. Contacto: pedrolerida@gmail.com
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