Letras tu revista literaria

viernes, 21 de septiembre de 2012

Los miserables


La lentitud del magma


Por Pedro Luis Ibáñez Lérida* 

"La muerte de cualquier hombre me disminuye porque
estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca
hagas preguntar por quien doblan las campanas:
doblan por ti".
 John Donne



                        Un agujero sin fondo. La política es eso, al menos la que hoy conocemos o, más acertadamente, la que el sistema representativo aplica como ideario y práctica. Los datos y sucesos son contumaces en esta apreciación. Por más que el aprecio y el talante de la acción política trate de desentenderse del funesto panorama que la acompaña. Lo realmente terrible es el descorazonador principio que rige su contemporaneidad: la mediocridad, marchamo de inoperancia. Se derrumba la tierra –la que ellos mismos han socavado- bajo nuestros pies, y continúan persignándose ante el poder económico y simulando ante los ciudadanos que su influjo no es efecto placebo, que es real, que es democrático, que se reconoce en el interés general Y efectivamente es así, porque ese interés general que bien pudiera identificarse socialmente con los servicios públicos, se encuentra en estado de desmantelamiento. Consecuencia de un mísero acontecer que  poco a poco se ha sustanciado en dos ideas antagónicas: déficit y rentabilidad. Porque, ¿cómo revertir en cuantificación material lo que de por sí es patrimonio intangible?, ¿cómo vincular déficit económico con rentabilidad social? ¿Cómo, al fin y al cabo, deslindar la protección y cobertura, por ejemplo sanitaria y educativa, del estado dejándolo, exclusivamente, a las posibilidades individuales de cada ciudadano?

                        La educación se desinfla. Según el informe de la Comisión Europea bautizado como "Mind the Gap", aun cuando el nivel de estudios superiores en España está dentro de la media, sin embargo un alto número de población no alcanza la formación en estudios medios. Estos dos extremos, formación universitaria y básica devienen en la detección del problema que acucia al sistema educativo. La delgada urdimbre que los separa no es más que la irrefutable constancia del fracaso escolar que más bien habría que calificar de "fracaso institucional". Precisamente porque este hecho lleva persiguiendo como un espectro la realidad educativa. Desde mucho antes que la crisis se convirtiera en la justificación para no abordar soluciones o para impulsar políticas fragmentarias con nula convicción de futuro, como ha venido sucediendo en los últimos decenios.

                        La educación necesita un pacto que mantenga el rumbo definido, con criterios clarificadores y perdurables en el tiempo. La ruta educativa no puede estar ligada a la reversibilidad política ni sometida al albur de mayorías parlamentarias que inclinen la balanza a ciertas definiciones competenciales. Sin embargo este reduccionismo continúa prevaleciendo. Aunque también existen otros matices que son ilustrativos en la manera de encarar y abordar este aspecto como los que corresponden al discurso que se emplea. El ministro de educación manifestaba con respecto a la reducción de los profesores interinos "no se puede plantear en términos de despidos sino de renovación de contratos". Sencillamente un verdadero propósito. La argumentación no es sólo estilística, añade la inquietante apelación que el presidente del gobierno repite, sin el menor indicio de desfallecimiento, la del sentido común. La apropiación de esta categoría, junto la idea de "españoles de bien" consigue los efectos deseados, la "derechización" del contexto sin despeinarse. Es de suponer que también existen "españoles de mal". Y en ese apartado pueden incluirse todos aquellos que, de una u otra manera, han contribuido a la sed de bien que procura el gobierno con sus actuaciones. En la sanidad pública  no son otros que los enfermos. Los gastos que se derivaban para su sanación, se convierten en penalizaciones. No se puede estar enfermo porque eres causa de déficit. No basta con pagar los medicamentos que antes eran gratuitos. Las prestaciones van disminuyendo, la salud se resiente y el margen de calidad de vida se estrecha.

                        La nueva reforma del Código Penal incorpora la pena de prisión permanente revisable y la custodia de seguridad. A pesar del endurecimiento que ha sufrido el texto en periodos anteriores, la tasa de reclusos sigue siendo una de las más altas de Europa. La legitimación la halla el ministro de Justicia en los últimos casos que han provocado cierto debate social. Transmite cierta inquietud que textos jurídicos de tal calibre puedan verse forzados de esta manera a modificar su esencia. Las formas de delito pueden cambiar, pero la promiscuidad legal no beneficia a nadie y cuanto menos a la propia justicia.
                        En el año 1862, Victor Hugo publica la novela "Los miserables". Jean Valjean
es el personaje sobre el que el escritor francés centra la peculiaridad de una época. La miseria como resultado de la desigual distribución de la riqueza, arroja a los seres humanos a la desprotección
más absoluta, pero también a la depravación, corrupción y ambición, dispuestos a lo que sea para conseguir sus propósitos. Una novela a caballo entre el romanticismo y el realismo que se posiciona en contra de la pena de muerte. Jean Valjean es acusado de robo por un sistema que condena este acto delictivo pero que no encuentra justificación en que haya sido por hambre. Ni tampoco busca soluciones para reconducir la falta de trabajo y evitar la delincuencia.

                        Existe demasiada miseria moral para continuar caminando en círculos, como hemos hecho hasta ahora. Mientras este lastre no se aligere seguiremos apuntalando y encalando las húmedas paredes de la convivencia social. Para ello es más que imprescindible la dimensión política-ética como efecto transformador y regenerador. Cuestión harta difícil si nos atenemos a los acontecimientos que trascienden. Como señala el escritor y filósofo,  Fernando Savater en su obra más reciente "Etica de urgencia", continuación de "Etica para Amador", ambas dirigidas a adolescentes, es perenne la tarea de trabajar la ética, de razonar la vida y la reflexión sobre lo que debemos y no debemos hacer. El pensador vasco pone especial énfasis en la educación como la verdadera acción para discernir con claridad valores y fundamentos que impulsen la construcción social desde la exigencia de salud democrática y honesta política y rehusen de la miseria. Un análisis rehusado por el gobierno, teniendo en cuenta la despreocupación que sobre la educación parece tener.
                         
Pedro Luis Ibáñez Léridapoeta, articulista, coeditor de Ediciones En Huida. Contacto: pedrolerida@gmail.com


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